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AMLO: dinero para el otro México

En México existen dos realidades divergentes, dos mundos que se han vuelto uno contra otro de manera intempestiva y –en los años recientes– violenta. Una de estas perspectivas fija sus reglas de funcionamiento en la narrativa de las instituciones y se compone de un número limitado de actores; la otra es mucho más popular y basa su lógica de operación en la incertidumbre cotidiana. Parecen ajenas entre sí, pero son codependientes.

Esto viene al tema porque la revista Nexos publicó en su edición de este mes los resultados de un estudio sobre las aspiraciones, valores y sueños de las y los mexicanos, realizado también en 2010 y 2017. En términos generales, los estudios encuentran al mismo mexicano, es decir, un ser hiperindividualista, que cree en sí mismo y en su esfuerzo personal, que concibe a la familia como lo más importante por encima de la comunidad y el país, y que ve a los gobiernos y las instituciones como entes lejanos.

En este contexto nacional la pregunta “¿por qué es exitosa la presidencia de López Obrador?”, parece responderse sola y obliga más bien a responder otras interrogantes: ¿por qué hay una clase baja tan amplia en México?, ¿por qué ningún gobierno federal ha mitigado la pobreza de los sectores más amplios de la población?, ¿por qué millones de personas han esperado, en balde, que la democracia liberal que dibujan nuestras instituciones les retribuya algo, que los atienda en sus más elementales necesidades, que les ayude porque de verdad lo necesitan?

Desde luego, no justifico que se destruya el entramado institucional del país, lo que planteo es que las acciones y la comunicación del gobierno de López Obrador penetraron en la conciencia de las personas más allá del discurso político-electoral; por ello, cuando el Inai o el propio INE son tema de debate público, las mayorías se mantienen al margen, porque su día a día tiene que ver con comer y salvar los gastos del hogar, no con el sistema electoral o los organismos de transparencia y acceso a la información.

La sociedad del mérito –esa que empuja una parte de la clase empresarial y partidos de oposición– está muy acotada en México, aquí es muy probable que quien nazca pobre, viva y muera así. Al revés, la pequeña franja de mexicanas y mexicanos que más tienen heredarán todos sus privilegios a su descendencia.

La democracia electoral no ha podido, ni podrá, romper estos círculos, como tampoco el Inai ha podido evitar la corrupción y que funcionarios y políticos se vuelvan millonarios de la noche a la mañana; sin embargo, esa corrupción evidente de burocracias y gobiernos sí le ha pegado a los de más abajo con o sin Inai. La fantasía institucional suena bien, nada más.

¿Hay corrupción en este sexenio? Seguramente, pero también hay un presupuesto altísimo para mitigar las diferencias sociales que el mérito no ha ayudado a resolver en muchos años.

¿El gobierno de AMLO es transparente? No, en muchos sentidos. Pero atiende la base fundamental de lo que podría ser el problema mayor para el país. Seis años más de olvido para las clases más jodidas hubiera sido letal. AMLO quitó la pesa de la olla de presión.

Contrario a sus antecesores, que en su narrativa alentaban la libertad, el mercado, la democracia y la fuerza institucional, pero que con su desempeño marcaron aún más las desigualdades, AMLO predica desde el populismo, pero, al parecer, favorece la continuidad del sistema.

El presidente ha hecho muchas cosas mal, sin duda, pero mi respuesta ante los señalamientos de sus haters siempre es la misma: no había forma de atender a los grandes segmentos del país más que de forma directa. “Dádivas”, “limosnas”, “becas”, “dinero a los mantenidos”, “huevones” e “inútiles” son algunos de los adjetivos que reciben las políticas sociales de AMLO; sin embargo, quizá en el mediano plazo, nos daremos cuenta de que entregar dinero a millones de pobres ha sido útil, también, para seguir dándole oxígeno a un sistema que estaba sujeto con alfileres.

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jl/I