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La elegante sala de actos del consulado de México en la ciudad de Barcelona está presidida por un reloj. No falta, claro, cada vez que se ofrece, la presencia de nuestra bandera tricolor, pero la mera presidencia la ocupa de manera permanente un antiguo reloj de pared de unos 70 centímetros de diámetro, aproximadamente.
También llama la atención que sus manecillas marcan la hora con absoluta exactitud dos veces al día: a las dos. Es la hora en la que el dicho consulado de México fue cerrado, a principios de 1939, ante la llegada a la ciudad condal de las tropas del llamado “Generalísimo Franco”, “caudillo de España por la gracia de Dios”.
El conserje del edificio supuso que su ocupación no sería longeva y decidió salvar de la barbarie que llegaba al reloj de referencia, que había sido útil durante mucho tiempo. No fue el único en suponerlo, pues no era imaginable que las naciones “democráticas”, que lucharían contra el fascismo, dejaran que sobreviviera tantos años un régimen espurio sustentado originalmente por la Alemania nazi y la Italia de Mussolini.
De ahí que el hombre, con sentido común y de responsabilidad, tomara la decisión de guardarlo en su vivienda hasta que la misión consular volviera a abrirse.
Pero el cierre duró casi cuarenta años, muy pocos más de los que duró en España una de las peores dictaduras de que se tiene noticia.
El mencionado conserje no llegó vivo a la reapertura del consulado en 1978, pero le encomendó a su hijo que, cuando ello sucediera, no dejara de regresar el reloj. El hombre cumplió cabalmente. Por disposición del primer cónsul, Carlos Planck, durante años el reloj estuvo en la mera oficina del cónsul, sin que se movieran de lugar las manecillas en homenaje a su salvador. Así continúan, pero cambió de lugar hace 20 años, siendo el cónsul Sealtiel Alatriste, cuando México adquirió la preciosa finca que ahora ocupa. Se escogió pensando que algún día será embajada.
La casa se debió en 1911 al famoso arquitecto catalán Josep Puig i Cadafalch, y quien la mandó construir fue Muley-Afid, un sultán de Marruecos que vivió asilado en Barcelona durante algunos años.
En dicha sede el emblemático reloj pasó a presidir lo que fue originalmente el comedor de la casa y ahora funge como un pequeño y adecuado auditorio. Ahí estará, todavía muchos años, recordando el nefasto año de 1939, la generosa gesta de su conserje de entonces y de su vástago, así como los terribles años del franquismo espurio, al cual, por su origen, el gobierno de México nunca reconoció.
Tuve el privilegio de estar presente, con la presidencia de tan venerable reloj, en la presentación que organizó el consulado de dos libros que refieren la hospitalidad y la solidaridad mexicana, que ahora el gobierno español, gracias a sus resabios franquistas, parece ignorar: El Segundo diccionario de los catalanes de México, con cerca de tres mil fichas; y el que relata cómo se salvó de morir o de pasarla muy mal en los campos de trabajo alemanes, De no ser por México, una cauda de españoles que estaban en el total desamparo, unos cincuenta mil de los cuales vinieron a refugiarse en México en diferentes oleadas, entre 1937 y 1950.
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jl/I