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Misterio

¿Tiene un hijo que se llame como usted? –le preguntó a mi padre aquella noche de julio de 1968 un reportero que había trabajado para él y entonces cubría la fuente de policía– y añadió: no lo deje ir mañana, irán por él a la Voca 2 los agentes de la procu, un compañero suyo fue detenido hoy en la refriega con los granaderos y soltó los nombres de todo su salón hasta en orden alfabético, los van a atorar a todos.

Así fue como detuvieron a muchos otros que desaparecieron en aquellos aciagos días del inicio de los sucesos conocidos como Movimiento del 68. Recuerdo que, al finalizar el conflicto y reanudarse las clases, los silencios durante el pase de lista en cada clase eran cubiertos por la frase “murió en Tlaltelolco”. Lo que no era realmente exacto, hubiera sido más preciso decir que habían desaparecido durante el movimiento. Desde luego algunos murieron, otros volvieron a las ciudades y pueblos de provincia de los que habían venido para estudiar y, desgraciadamente, muchos desaparecieron y nadie volvió a saber de ellos.

Las autoridades de entonces hicieron oídos sordos frente a los cuestionamientos de la prensa y de los padres que habían denunciado ante el ministerio público la ausencia de sus hijos. No había, como ahora, organizaciones sociales que dieran seguimiento a esos casos. Tampoco las había que defendieran los derechos humanos, de los que poco se hablaba entonces. Así que eran los padres, madres, hermanos y otros parientes los que iban de tanto en tanto a preguntar.

Ahora en México hay alrededor de 115 mil desaparecidos de los que las autoridades hacen todo lo posible por desentenderse. Son tantos que ya incluso existen instituciones como la Fiscalía Especializada en Personas Desaparecidas –que debe atender las denuncias presentadas– o la Comisión Nacional de Búsqueda, que debería buscar y encontrar a los ausentes; sin embargo, éstos se van acumulando en una estadística oculta que ensombrece al país.

En Jalisco no cantamos mal las rancheras. Hay alrededor de 15 mil personas desaparecidas y no localizadas en la entidad. Existen, no podían faltar, las versiones estatales tanto de la fiscalía como de la comisión, pero, al igual que sus iguales nacionales, no dan grandes resultados y, al igual que en el país, la estadística crece día a día sin que parezca importarle al gobierno y sus autoridades.

Es entonces pertinente preguntar ¿por qué desaparecen las personas, lo mismo jóvenes, que niños, adultos o ancianos? Podría pensarse que algunos se van por su voluntad e, incluso, que se esconden para no ser localizados, pero es imposible pensar que todos los perdidos de todas las edades lo hacen. Entonces, ¿quién se los lleva?

Hay en este delicado asunto muchas preguntas sin respuesta. Dos misterios tendrían que aclararse: primero, qué les pasa a los que no vuelven; y, segundo, la falta de interés, sensibilidad y empatía del gobernador y sus colaboradores.

Para intentar encontrar alguna explicación para estos temas los abordaré en colaboraciones futuras.

Así sea.

X: @benortega

jl/I