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Inundados

Decía mi mamá que hay días que tienen fama de llorones. El 24 de junio, día de san Juan, desde luego, pero ella aseguraba que el de san Guillermo, al día siguiente, también, como por esas mismas fechas lo es también el día de san Pedro y aan Pablo. Lo probable es que el clima de esas fechas tenga que ver con el temporal por la estación.

Otra de las fechas que tienen la etiqueta del lloriqueo es la noche conmemorativa del Grito de Independencia. No falla nunca que ese día llueva aunque sea puro chipi chipi o como se le conoce también lluviecita moja-bobos.

Recuerdo, por ejemplo, el 15 de septiembre de 1971 que formamos un cuarteto de amigas y amigos, para ir por la tarde a pasear al borque de Chapultepec. Caminamos, compartimos chicharrones de harina y refrescos y, ya por la noche, rentamos una lancha y salimos a remar en el viejo lago de Chapultepec, a un lado del castillo. Justo estábamos a medio lago cuando nos sorprendió tremendo aguacero que nos dejó tan mojados que los camiones no nos levantaban, así que tuvimos que caminar hasta la casa.

Puedo recordar muchos festejos de 15 de septiembre echados a perder por la lluvia. Sin ir más lejos, aquí en Jalisco, este año hubo varios que tuvieron que aplazarse o suspenderse por la lluvia. Entre ellos uno de los más emblemáticos de la Zona Metropolitana de Guadalajara: el de la Glorieta de Chapalita, famoso porque hasta ahí acuden muchos a festejar y cenar en los muchos y muy diversos puestos, en los que se encuentran todo tipo de antojitos.

En Jalisco este año, las lluvias han superado con creces el promedio de años anteriores, registrándose precipitaciones más intensas y frecuentes en diversas regiones del país. Lo que debería representar un alivio ante la sequía y el estrés hídrico, se ha convertido en un recordatorio doloroso de la vulnerabilidad urbana y la precariedad en la infraestructura pública.

Las vialidades mal pavimentadas han sido las primeras en evidenciar la falta de planeación: calles recién inauguradas se agrietan, se llenan de baches o simplemente quedan intransitables tras los primeros aguaceros, lo que demuestra la baja calidad de las obras y la ausencia de supervisión en la ejecución de contratos.

A ello se suman las inundaciones recurrentes en avenidas principales, pasos a desnivel y túneles, convertidos en trampas mortales para automovilistas. El colapso de sistemas de drenaje, rebasados por la acumulación de basura y la falta de mantenimiento, refleja una gestión deficiente y cortoplacista.

Peor aún, las lluvias intensas dejan al descubierto un problema estructural: la construcción de viviendas en zonas de alto riesgo ya sea en laderas inestables, cauces de ríos o terrenos irregulares. Cada temporada de lluvias, cientos de familias sufren pérdidas materiales y ponen en riesgo su vida debido a la permisividad de autoridades locales que, por corrupción o negligencia, autorizan asentamientos sin condiciones mínimas de seguridad.

En lugar de invertir con visión preventiva, los gobiernos terminan gastando más en reparar daños que en fortalecer la infraestructura. Así, las lluvias intensas no son el verdadero desastre: lo es la irresponsabilidad con que se ha administrado el crecimiento urbano. Lo deseable sería que tomaran debida nota de esto, y se pusieran las pilas para hallar y aplicar soluciones.

Así sea.

X: @benortegaruiz

jl/I