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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Festejar la noche del 15 de septiembre “el grito”, como coloquialmente llamamos al evento de arranque de la lucha por la Independencia del país, es una costumbre en México. En familia o con amigos es algo que hacemos cada año, aunque las costumbres van cambiando. A veces es sólo ver la ceremonia televisada de Palacio Nacional degustando una cena con antojitos mexicanos, de ahí a las reuniones familiares más amplias o hasta fiestas mexicanas en forma hay una enorme variedad de costumbres.
Hace años, a principios de los setenta del siglo pasado, nos fuimos al lago de Chapultepec mi buen amigo jefe del grupo de Scouts y yo con un par de amigas para celebrar “el grito”; compramos papitas, esquites, chicharrones y refrescos, y rentamos una lancha para navegar el lago frente al Castillo de Chapultepec.
Remamos hasta medio lago desde donde teníamos una muy buena vista del Castillo de Chapultepec y del centro cultural la Casa del Lago, por un lado, y por el otro un paisaje espléndido de los modernos edificios de la zona de Polanco.
Ya ubicados, nos dispusimos para degustar las botanas mientras platicábamos de los temas que nos interesaban a todos, como una ambiciosa visita que queríamos hacer al sureste el año siguiente, los costos que tendría, las gestiones con la Secretaría de la Defensa para tener apoyo de sus zonas militares, los sitios de acampada, etcétera, intercambiando opiniones a favor y en contra para afinar así el proyecto.
En esas estábamos cuando de la nada se soltó un tremendo aguacero que nos agarró en medio del lago sin tener dónde resguardarnos. Apuradamente remamos hasta el muelle para entregar la lancha y buscar refugio. Para cuando pudimos ponernos a cubierto de la lluvia, chorreábamos agua.
Tan pronto amainó la tormenta, caminamos hasta la avenida para tomar un camión rumbo a casa; sin embargo, así ensopados como estábamos, no hubo chofer que nos levantara, pues ninguno se detuvo ante nuestras señales. Así es que no nos quedó más remedio que caminar hasta la colonia, ateridos de frío tras el chubasco y granizada que nos había caído encima.
Al respecto habría que comentar: las lluvias en sus diferentes intensidades no son cosa nueva en México, especialmente de la parte media del territorio hacia el sur-sureste, desde lloviznas hasta chubascos y aguaceros, pasando por tormentas y trombas –lluvia intensa con viento fuerte y granizo–, son cosa común durante el temporal, por efecto, generalmente, de los huracanes y ciclones que se forman en las costas del Golfo y Caribe al oriente, y del Pacífico al occidente.
En tiempos recientes, al parecer debido a factores como el calentamiento global, la destrucción de bosques, el crecimiento desordenado de las zonas urbanas, la invasión de cuencas hídricas que frenan el flujo natural del agua y otros más que leemos o escuchamos con regularidad, han cambiado la temporalidad de las estaciones y aumentado la intensidad de las fuerzas naturales que auténticamente azotan al país dejando importantes daños y cuantiosas pérdidas económicas, de vidas humanas y de fauna.
Los ríos que corren por las vialidades que dejan inundaciones en calles, avenidas, pasos a desnivel y estacionamientos, son fenómenos que podrían corregirse si la autoridad pusiera orden en los planes de desarrollo urbano, prohibiendo construir donde no debe hacerse.
Así sea.
X: @benortegaruiz
jl/I