INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Mínimo respeto a la lluvia

La Comisión Nacional del Agua (Conagua) informó el pasado sábado que Chapala ha recuperado 75 por ciento de su capacidad, y que las presas Calderón y El Zapotillo rebasan cien por ciento de su capacidad de almacenamiento. 

La noticia, en un primer momento, garantiza que en el siguiente estiaje Guadalajara y sus alrededores tengan abasto de agua. Algunos hacen cuentas para retomar proyectos que implican mayor extracción de agua del lago. 

El nivel de agua logrado también significa, para investigadores de la Universidad de Guadalajara, una oportunidad para amortiguar la evaporación que sufre el lago, especialmente desde que su temperatura ha aumentado tres grados centígrados en los últimos treinta años.

Sin embargo, centrados fundamentalmente en la cantidad de agua, quizás solo veamos el problema de la disponibilidad del agua como el más importante para atender. De ahí que las obras hidráulicas (que acumulan y administran el agua sin cosecharla) resulten altamente significativas. Los valores sociales, así como las políticas y las representaciones que hemos construido en torno a esta visión simplista del agua despiertan la avaricia por tenerla (hasta el derroche), sin dar pausa al reconocimiento de la relevancia del ciclo, por medio de la lluvia y a la responsabilidad de resolver el grave problema de su calidad.

Convertir la lluvia en volumen equivale a ver a un bosque en metros cúbicos de madera. Nos impide conocer y apreciar los ecosistemas, en este caso formados por el agua (como lago, río, humedal), o por su ciclo (que refiere a generar mapas de zonas de escurrimiento, absorción y de afloración) o como vaso comunicante o cuenca con otros ecosistemas. También nos impide desarrollar valores éticos, políticas, ritos de uso y crear otras tecnologías que reflejen la gran diversidad del agua. 

El mundo antiguo construyó terrazas, camellones, jardines, normas y políticas que priorizaban la calidad del agua. Para todos los usos se vigilaba su devolución limpia a sus cauces; las comunidades, conservaban los cerros para conservarla y preservarla en tiempos de secas. El crecimiento de las ciudades ganaba espacio para construir nuevos tramos de tierra fértil o espacios de culto, se transformaron las cuencas hídricas y los ecosistemas sin comprometer el ciclo del agua.

Aún hoy bajo una cultura simplista en torno al agua podemos reconocer la complejidad de su significado asumiendo la responsabilidad que implica, al menos la cantidad y la calidad.

En cuanto a la primera, no deberíamos quitársela a alguien más. Dependemos del ciclo del agua aquí, lo que implica defender con más carácter a los arroyos, lagos, manantiales y pozos locales. A estas alturas ya deberíamos también generar en las zonas urbanas otro tipo de infraestructura que conviva adecuadamente con el agua.

En relación a su calidad, habría que advertir que ciertamente Chapala tiene más agua de lluvia, pero también mayor contaminación. La generosidad de la lluvia no es motivo para permitir la sobreproducción agrícola y ganadera, y menos, la falta de tratamiento de las aguas. 

Si la lluvia no es la solución, debemos asumir otros desafíos que no hemos reconocido en el respeto al agua.

[email protected]

jl/I