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Violencia ambiental de la ciudad 

El pasado sábado, el artista Federico Pérez Villoro creó un diálogo sensible para comprender la violencia ambiental que genera la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG). 

La voz del río Santiago, del lago de Chapala, del bosque Nixticuil y del rancho agroecológico Los Alisos, de Ixtlahuacán de los Membrillos, se hizo presente por medio de la gente que ha emprendido una lucha en contra de un sistema que “normaliza” los desastres en los ecosistemas (en sus especies, sus procesos) y en las personas. 

El dolor de El Salto y Juanacatlán fue narrada por un integrante de Un Salto de Vida. Comenzó reconstruyendo la historia. No la del progreso, mucho menos una triunfalista por la anunciada restauración. Dijo que no hay restauración sin rehistorización. Añadió que la fragmentación del río y del pueblo comenzó la violencia ambiental. Juanacatlán y El Salto eran un solo pueblo, pero las presas, la apropiación de las aguas por las industrias, el asentamiento de la hidroeléctrica y la codicia fueron asentando el corredor industrial bajo las leyes de la producción: la maximización de las ganancias, sin ética.  

Los habitantes humanos y no humanos vieron empobrecer su calidad de vida. Sintieron la pobreza y la enfermedad a escala industrial. Los que no han huido han formado una resistencia. Se prepararon, se organizaron, internalizaron sus conflictos; son críticos autogestores y saben qué tipo de restauración quieren. Una distinta a la que buscan los gobiernos. Crear bosques, construir modestas zonas limpias, hermosas y llenas de vida. Esa es la remediación que quieren en Un Salto de Vida. “Estamos cansados de la pobreza, pero estamos aferrados a nuestros árboles y al río que nos ha criado”, dijeron. 

Desde un rincón pedregoso, imposibilitado para la producción agrícola, en las concepciones “normales”, tomó la voz un habitante del rancho Los Alisos. Aprendió a ser independiente de un modelo industrial. Ahora es maestro de un modelo agrícola sanador, por encima de la ganancia. Denunció que la cultura agraria en México se está muriendo y con ella sus conocimientos y las semillas. Su lucha, dice, se asienta en sentir la pérdida. 

El frente de pueblos ribereños de Chapala denuncia los daños ocasionados por la industria turística y la agrícola. Basados en la reciente memoria del lago vivo, demanda que a este cuerpo vivo se le reconozca su raíz ancestral que respetaba al lago. Son pobladores que enfrentan y denuncian la enfermedad del lago y sus habitantes. 

Finalmente, el Comité de Defensa del Bosque Nixticuil, que encara a la poderosa industria de la construcción, enraizada en los gobiernos locales, tomó la voz. Aunque su lucha y la entrega constante de sus integrantes son conocidas, hablaron de lo que los hace fuertes, del gozo de cuidar y de adquirir un carácter valiente para encarar el límite de la mancha urbana. 

La sesión no se cerró, más bien abrió la sensibilidad. El llamado es a los pobladores urbanos que aparecemos en el centro de la violencia ambiental que causamos. No podemos más que hacer que su lucha tenga sentido y la ciudad busque cambiar nuestra forma de vida que siembra tanto dolor. 

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jl/I