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Personaje vivo de Juan Rulfo recuerda su genio y carisma

(Foto: Alfonso Hernández)

“Nunca presumió. Era bastante serio. Ni sus hermanos se lo notaron”, relata Mónico Soto Grajeda, médico que protegió la salud de Tonaya por 60 años. Atendió a Juan Rulfo por un corto tiempo en el que tuvo trato de amistad con él antes de que el mundo se enterara de su genialidad.

En la localidad le temían a sus diagnósticos inequívocos que espetaba sólo de mirar al paciente. Si Juan Rulfo viviera cumpliría 100 años, apenas 10 más que el médico al que menciona en **No oyes ladrar a los perros.

“En un cuento de Juan Rulfo dice que traen un enfermo a cuestas que no podía caminar. Dice vamos a Tonaya porque hay un médico y es que en aquel tiempo no había ni en Tuxcacuesco, ni en San Gabriel, yo era el único en toda la región, entonces supuse que era yo, sino ¿quién más?”.

Insiste en disculparse por su mala memoria, pero logra describir aquel tiempo en el que Rulfo pasó una temporada en Tonaya. “Que yo recuerde no tenía ninguna cosa grave. La gravedad es que fumaba, era quitarle esa costumbre. Nunca me atreví a decirle ‘ya no fumes, porque mi prima hermana murió del cochino cigarro’. No había ocasión ni me atreví a decírselo”.

Lo recuerda discreto, serio, de pocos amigos y buen trato. Asegura que “convivía con muy pocas personas, entre ellas yo y Ricardo Rodríguez. Con él se echaba las teporochas. Fumaba mucho Juan, Delicados, que valía 20 centavos la cajetilla, era cara. O Alas o Gratos, otros que había”.

El doctor ejerció su profesión gran parte de su vida montado a caballo, asistiendo a las rancherías que quedaban a cuatro o cinco horas. Con mil partos, se achaca la mitad de los moradores del cementerio y el nacimiento de un tercio de la población de Tonaya.

Atendió a Rulfo alrededor de 1955 de algo que no precisa como enfermedad importante. Se fue a atender a Tonaya porque ahí vivían sus hermanos Severiano y Paco. Además recuerda que pasaba largas horas jugando damas chinas con Clementina, la prima del doctor, y detalla que “convivían mucho porque ella también fumaba”.

“Platicaba con él. Su trato era sobre escribir y ver el llano en llamas, que es toda la región que uno pasa cuando viene hacia acá. De Apulco para allá es el llano en llamas. También habla de Comala”.

Por su parte don Ricardo Rodríguez asegura que Rulfo estuvo cerca de un mes en el poblado y afirma que antes de las 11 de la mañana se presentaba por su tienda de abarrotes a tomar una cerveza Sol, que podría costar unos 10 pesos.

 “Platicaba cosas sencillas, de la vida, sobre la gente pobre, nada de alta alcurnia. Muy atento, nunca decía palabras que no eran, saludaba con respeto a quien llegaba. Yo le contaba de cuando mi padre se vino a trabajar en el campo y le pagaban un peso diario. Eran tiempos duros, no como ahora”.

 Este año se cumplen 60 de que abrió su tienda de abarrotes. De corrido, Ricardo detalla que Rulfo se recargaba en la piedra de la esquina, cruzaba la pierna y colocaba su cerveza en el suelo. Por mucho se llegó a tomar tres bebidas y siempre destacó por su sobriedad, “nunca se le vio tomado”, reafirma el hombre de 84 años.

El doctor Soto Grajeda, junto con Socorro Paz Meza, inauguró en 1964 la secundaria Morelos. Con el tiempo y siendo el director del plantel, el médico a manera de homenaje le quiso entregar un pergamino a Juan Rulfo.

“Me dijo ‘Moniquillo’; yo no sé si alguna vez le llamé Juanillo. La cosa es que no pudo venir a recibirlo, en su lugar vino Carlos, su hijo. Pero esa vez que le llamé dice: ‘Voy a ir a Alemania’. Entonces se la creí y no lo volví a ver”.

 Apenas hace dos años el doctor de 90 decidió descansar y dejó de dar consulta, pues ahora han llegado una cuadrilla de médicos, farmacias y laboratorios a dar el servicio.

Cuando se graduó, profesores como Roberto Mendiola y Carlos Ramírez “lo volaban” diciendo que “no era médico para un pueblo” y nadie quería hacer ese trabajo. “Todos se querían quedar en la capital para no atrasarse en su cultura y le tiran a recibir más beneficios de las cosas redondas que se llaman centavos”.

Fragmento No oyes ladrar a los perros

“Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.

 Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
–Te llevaré a Tonaya.
–Bájame.

De El llano en llamas, de Juan Rulfo

 

DN/I