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El falso debate contra la universidad

El surgimiento de las universidades en el mundo occidental constituye un evento de grandes consecuencias en la medida en que se generó una institución con una función importante, investigar y enseñar de forma organizada y estructurada, a una ciudadanía interesada en ingresar, en su momento, a un mundo productivo que requería habilidades para comprender la trama tecnológica y entender el papel que el profesional desempeña en el mundo social y profesional. 

La universidad se desarrolló y sigue evolucionando como una estructura constitutiva del saber culto, como una forma elevada del conocimiento intelectual al que podría y debe aspirar un hombre libre, dándose lugar al espacio de las “artes liberales”, pero también de las disciplinas más prácticas, capaces de generar un nivel de abstracción suficiente que diese lugar a ocupar un espacio en el territorio profesional, pero al mismo tiempo desempeñar una función social. 

La universidad se desarrolló estableciendo saber y conocimiento que, a partir del desarrollo de un autogobierno que legitima la potestad de conferir títulos, constituye un elemento vertebral en la proyección de una sociedad a partir de la generación o difusión del conocimiento. 

En la evolución de estas instituciones, tanto la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) como en el caso local, la Universidad de Guadalajara, tienen raíces históricas que se remontan a los siglos 16 y 18, y que, a lo largo de una trayectoria sinuosa, particularmente del siglo 20, logran refundarse como las estructuras que hoy conocemos en el siglo 21. Actualmente, en el marco constitucional, en el artículo 3 en la fracción VII, se determina que “las universidades y las demás instituciones de educación superior a las que la ley otorgue autonomía, tendrán la facultad y la responsabilidad de gobernarse a sí mismas; realizarán sus fines de educar, investigar y difundir la cultura (…), respetando la libertad de cátedra e investigación y de libre examen y discusión de las ideas”. 

La semana pasada, en momentos diferentes, hubo un cuestionamiento respecto del desarrollo de la ideología en la UNAM y las universidades del país. El viernes 22 de octubre el presidente señaló que: “… hasta la UNAM se volvió individualista, defensora de esos proyectos neoliberales, perdió su esencia de formación de cuadros de profesionales para servir al pueblo”. No se trata de una sencilla apreciación desvinculada de reacciones sociales, se trata de una manifestación que no reconoce la historia de la universidad y menos de la universidad en México. 

La presencia de la universidad en nuestro país ha constituido un medio trascendental en el fortalecimiento de la participación de conocimientos nacionales e internacionales. La formación universitaria constituye un activo poderoso en un mundo internacional de contactos estrechos que demanda de forma constante la habilidad y competencia de sus participantes y, precisamente, dentro de esa zona de diversidad e inclusión, se genera un intercambio de ideas que articulan y dan sentido a un campo complejo y global, en el que los profesionales y los ciudadanos en general se encuentran en este momento. 

Tratar de sugerir un modelo de área de partido y alienación con las estructuras de gobierno y de poder, constituye, al interior de las universidades, un histórico y amplio despropósito. La crítica y las propuestas establecen un nodo central del trabajo académico. Tratar a la comunidad universitaria como un eje más del partido constituye un error. Se requiere una transformación de la visión de las políticas públicas y una idea de gobierno que abarque al país y no a una facción del partido; para eso, precisamente, están los partidos y sus dirigentes y la administración pública requiere gobernantes para todo el país. 

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