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Familia

He tenido la oportunidad de asistir a descomunales festejos de dos ancianitas maravillosas. Una cumplió 80 años y la otra, 90. Celebraron con fiesta rodeadas de amistades y familia principalmente. No cualquier tipo de familia, sino de aquellas de antaño cuando se podía tener siete o más hijos en el norte del país. 

Cuando se educaba para vivir conceptos que hoy casi han desaparecido debido a una evolución natural a lo largo de las décadas debido al avance de la tecnología, la llegada de nuevas ideologías, la difusión de distintas religiones y filosofías, a las modas escandalosas, las distintas formas de llevar la familia. 

Hoy los padres han dejado de ser la única cabeza de familia. La religiosidad era indiscutible y la espiritualidad era una uniformidad que regía valores, principios, decisiones, costumbres, tradiciones y la forma de la célula familiar. 

En estos festejos que presencié se vivía un ambiente de cercanía, de respeto a la jerarquía, de colaboración en las tareas de la logística, la cocina, la limpieza. Niños pequeñitos, adolescentes, jóvenes, adultos de todas las edades y ancianos convivían simultáneamente, jugaban, bromeaban incluso con chistes ya pasados de color o bromas un tanto pesadas que todos tomaban a bien y reían a veces incluso a carcajadas, pero al final con respeto inclusive reverencia a los adultos mayores ya ancianos. 

Hubo palabras de agradecimiento y de reconocimiento de los bisnietos, los nietos y los hijos. Una de ellas, Claudia, nos recordó que la vida es un libro donde no todas las páginas son blancas escritas en renglones con buena letra, sino que muchas ocasiones esas páginas eran rojas con tintura de tragedia o negras por errores cometidos como seres humanos imperfectos que somos y que eran imposibles de arrancar o borrar porque cada acto tiene una responsabilidad, una consecuencia y una trascendencia, pero que definitivamente servían para aprender, para adquirir experiencia y que nos permitían editarnos, reinventarnos, ser una mejor versión cuando perdonábamos y nos perdonamos. 

Invitó a seguir el ejemplo de las ancianas que han pasado por pérdidas diversas que van desde cambio de situaciones sociales y económicas, amistades o incluso pérdidas de sus esposos, de hijos y que a pesar del dolor que atraganta seguían de pie, resilientes, enseñando a vivir, a morir, a luchar y a mantener la cohesión de la familia. 

Al final no pude dejar de acercarme a Carmelita, hermana de Nina y felicitarla por su enorme y bellísima familia preguntándole el secreto del éxito de mantenerse tan unidos, a lo que me contestó: “Amor que se traduce en libertad y dejar que cada quien viva su vida a su manera asumiendo su responsabilidad, respeto entonces a toda esa diversidad de manifestación de su propia vida y, si no nos gusta, pues tolerancia porque nadie es perfecto, todos cometemos errores de los que luego nos arrepentimos, así se mantiene a la familia”. Me dio su bendición y aún disfruto el eco de sus sabias palabras que me dieron brutal lección de educación: familia, amor, libertad, respeto, tolerancia. 

jl/I