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Para personas desaparecidas
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Es curioso cómo funciona la vida. Transitamos por ella y de repente pasa algo que nos parte en cachitos. En medio o tras ese desastre, comenzamos a escuchar y a ver y a coincidir con personas con las que no habría otro modo de hacerlo, porque esas personas pasaron o se encuentran en el mismo proceso que nos atraviesa.
Por lo regular esos procesos suelen ser devastadores. Es como si la muerte, la pérdida o el dolor nos hicieran más empáticos y pudiéramos entender mejor a quienes también los viven. O será que la felicidad tiene muchísimas formas de manifestarse, mientras que el dolor es más básico, más universal, más animal.
Y es la muerte de mi hija la que me ha permitido coincidir con mujeres que, tal vez sin saberlo, me han ayudado a seguir adelante, a no sentirme sola, a coincidir en ese entendimiento que sólo logran aquellos que han sufrido lo mismo.
Mañana 15 de octubre se conmemora el Día Mundial de Concientización sobre la Muerte Materna Gestacional, Perinatal y Neonatal. Y con este motivo quisiera honrar a esas mujeres con quienes he hablado, con quienes he compartido, con quienes he sentido contención, mucho más allá de que a la mayoría de ellas ni siquiera las conozco en persona.
Cada una es dueña de su propia historia. Algunas las conozco más a fondo que otras, pero siempre me ha quedado claro que, independientemente de nuestros pasos por estos eventos traumáticos, encontraron maneras de transformar, de crear, de sentir, de sanar, de amar.
Unas acudieron a la fe que les regala su religión, poniendo en manos de Dios las lágrimas y el alma de su hijo fallecido; algunas se formaron para ayudar a otras mamás, a otras familias cuando pasan por la muerte de un hijo; unas se volcaron a ahondar en estos temas en los que convergen la salud, las políticas públicas, el activismo, la voluntad humana.
Hay quien encontró refugio en la música y la pintura; yo lo encontré en las letras (y lo intenté en la panadería y la repostería, sin mucho éxito). Hay otras que encontraron la tranquilidad en el silencio, en las reflexiones y los pensamientos compartidos sólo consigo mismas, mientras que unas la encontraron en compartir con los otros, con sus parejas, sus amigos, sus familias, sus hijos, sus hermanas.
Y ahora, tras los años, también me hice consciente de que este sentimiento desesperanzador de querer que el dolor termine, de no querer despertar un día, de desear dormir para siempre, de odiar al mundo, a la vida, a los dioses, al destino, es tan común y tan legítimo como aquello que, al contrario, nos hace levantarnos un día en la mañana y darnos el impulso para seguir adelante.
Mayra, Susana y Lucero. Fernanda, Rocío y Sandra. Georgina, Nelly y Martha. Abril, Mariana y Cristina. Belén, Claudia y Mónica.
Ellas, estas mamás, me animan a seguir adelante. Y estos nombres son solo un reflejo de los 2 millones de bebés que mueren al año, sea previo, durante o apenas unos días después de nacer. Dos millones en el mundo. Dos millones de historias que no sabemos cómo afrontan sus pérdidas, de qué forma siguen sus vidas, qué condiciones sociales, culturales o políticas les permiten o no atender su salud emocional, mental, física y hasta espiritual.
Algunas de estas mujeres eligieron intentar tener hijos después de sus pérdidas y llegaron felices los bebés arcoíris. Otras decidimos no tener o nos resignamos a no poder tener un nuevo embarazo; pero sea cual sea nuestra familia, nuestros bebés estrella están presentes todos los días.
Mañana, muchas de ellas, con una ola de luz, recordarán a sus hijos e hijas. Les nombrarán, abrazarán su memoria.
Y cuando yo lo haga sabré que no estoy sola. Que estas mamás, estas mujeres, aunque sin saberlo con certeza, me han sostenido, me han hecho sentir escuchada, abrazada y respetada.
Acompañada.
@perlavelasco
JB