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¿Adónde van las almas?

Ayer murió Rosy, la mamá de mi amiga Rosa. Murió sorpresivamente de una hipertensión arterial. Había salido de casa como cualquier día, se sintió mal y fue atendida por el servicio médico de la empresa para luego ser trasladada a la clínica del Seguro Social, pero ya no llegó. Posiblemente un infarto al miocardio o un infarto cerebrovascular. Ya no quisieron investigar para evitar tantos trámites legales que terminan siempre con autopsias que retrasan la entrega del ser amado y dañan su cuerpo.

Viví nuevamente en mi amiga lo vivido en dos ocasiones con mi viejo y mi esposa: el proceso de hospital, trámites burocráticos, agente del ministerio público, entrevistas en pleno dolor, certificados de defunción, frío en la piel, retirar el cuerpo de hospital, entregar a la funeraria, correr a casa por ropa y papeles, velar, misa, enterrar o en su caso incinerar. Todo entre cansancio, lágrimas y abrazos.

Irónicamente afuera se celebraba con bullicio ya el Día de Muertos con altares, cempasúchil, cantos, tequila y mezcal, personas disfrazadas de catrinas, flores, baile, desfiles. En esos momentos hay dolor, no hay resignación ni palabras de consuelo, aquello es un tanto repugnante. En México creemos que el día 1 de noviembre para amanecer el 2 los muertos que son recordados vuelven a pasar una noche entre los vivos y por lo tanto hay enorme fiesta desde fechas prehispánicas.

Carlos, Mónica, Rosy de acuerdo a nuestra fe deben estar libres de penas, preocupaciones, enfermedades, ansiedades, dolores y angustia, pues están en un mejor mundo contemplando al Creador y eso es fiesta. Para el hinduismo la muerte es la transición del alma de un cuerpo a otro que nos lleva a aprender en otra vida lo que no aprendimos en la actual hasta alcanzar la santidad y entrar al suarga o mundo celestial. Para romanos, griegos, cristianos, judíos y el islam, la muerte lleva una gran connotación de miedo y dolor, pues al final hay un juicio donde resulta un premio o un castigo que nos aterra, pues en vida hay mucha manipulación de culpabilidad.

Para los budistas, la vida de amor y armonía que llevas facilita o dificulta el camino a la eternidad. Para las culturas y religiones africanas la muerte no es sino una transición donde el espíritu habita entre los vivos y sigue ejerciendo acciones concretas, por ello se sigue honrando, hablando y danzando toda la vida al espíritu que en ocasiones se montan en un vivo.

No sabemos adónde va el alma de los muertos con certeza, pero sí debemos enseñar a nuestros hijos y a nuestros educandos que en vida debemos ser buenos, productivos y amorosos. No debemos evitar el difícil encuentro con la muerte en nuestros hijos, sino por el contrario, enfrentar el dolor y la tristeza natural de una pérdida para siempre desterrando el apego o el tabú sobre la muerte. Celebrar el Día de Muertos es una gran oportunidad de enseñar a dar amor, perdonando, haciendo consciencia y disfrutando precisamente la vida.

jl/I