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El Monreal de Jalisco

La política es el mundo de los símbolos, el espacio donde las y los actores se envían señales entre sí para comprobar hipótesis o desplegar estrategias. Por eso, después de una semana vertiginosa, es evidente que Pablo Lemus Navarro, alcalde de Guadalajara, se equivocó de señales y tropezó con sus propias palabras.

Si bien el conflicto entre Pablo y la nomenclatura emecista local se detonó después de la marcha del 26 de noviembre contra el Grupo Universidad, Lemus intentó aprovechar el momento y fue más allá. En su afán de colocarse por encima de sus compañeros y del partido, acusó a Alberto Esquer y Manuel Romo de estar jugando en su contra. Como si esto fuera un motivo suficiente para señalarlos y amenazarlos con la expulsión.

La retahíla de ataques lemusistas comenzó con la solicitud de blindaje para la FIL –algo muy sensato–, luego llamó “arrastrados” a sus “amigos”, afirmó que él era el único que podía ganar la gubernatura, que sería el candidato, que los demás estaban desesperados y que Dante Delgado era su amigo.

Con esto, Lemus buscaba dinamitar el funcionamiento de un modelo de organización que ha trabajado de forma eficiente desde hace más de 12 años y al que se incorporó en 2015 como candidato en Zapopan. Sin embargo, olvidó que, al igual que ocurre en la universidad, donde todo gravita alrededor de Raúl Padilla desde hace más de 30 años, hoy Movimiento Ciudadano en Jalisco, es decir, la mitad del proyecto nacional de este partido, gira en torno a Enrique Alfaro. Lo olvidó o lo omitió. Erró de cualquier forma.

Pese a ello, la lógica del alcalde de Guadalajara fue otra. Ante la desconfianza –cada vez mayor– del gobernador, Lemus optó por mostrar sus cartas, quemar naves en Jalisco y correr a los brazos de Dante Delgado, el líder nacional naranja. Una jugada que no solo adelantó los tiempos, sino que le restó legitimidad frente a los de casa y ante la propia ciudadanía. Asegurar que MC solo gana con él como candidato, a más de un año para la elección, es una arrogancia y un argumento muy frágil. Vale recordarle al alcalde que en la elección de 2015 estaba 27 puntos abajo de Salvador Rizo a unas cuantas semanas de la elección y terminó ganando.

Obviamente las y los políticos tienen la libertad y el derecho de renegar de sus partidos, de señalar a sus liderazgos, dirigencias y negar su propia militancia, pero deben estar conscientes que esas acciones tendrán respuesta y consecuencias.

En un mundo de símbolos como es la política, Lemus comienza a tener grandes similitudes con el senador zacatecano de Morena, Ricardo Monreal. Ambos son hábiles y se manejan con destreza en los límites de los acuerdos. Coquetean y hacen equipo con los de enfrente, cuestionan a sus tlatoanis y compañeros con suma facilidad, se acercan de más a los adversarios, son más críticos con los de casa que con los opositores y, después, se dicen atacados, violentados en sus derechos y acusan juego sucio en su contra; reculan un momento, llaman a la unidad y, acto seguido, vuelven a cargar.

Hoy Lemus podrá contar con rédito electoral, pero la historia nos dice que las y los candidatos emergen y se desploman con relativa facilidad y que la desconfianza es un factor determinante para las y los políticos al momento de elegir sucesores. En las circunstancias actuales es fácil adivinar que Pablo Lemus no es el candidato de Enrique Alfaro, así como Ricardo Monreal no es el candidato de AMLO. Un presidente y un gobernador que son poco tolerantes a las indisciplinas y “rebeldías” dentro de sus espacios de control.

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jl/I