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Ecos de la marcha

Cuando ya la marcha del 8M había terminado y miles de jóvenes se mantenían en pequeños grupos en la avenida Chapultepec me llamó la atención una joven de unos 20 años con un cartón en el que relataba que había sido víctima de violación y era la primera vez que lo contaba. Había marchado sola y lloraba.

También nos encontramos con un numeroso grupo, encabezado por Nancy, la mamá de María José, quien desapareció el 2 de marzo pasado, aparentemente enganchada con una oferta de trabajo a través de redes sociales. La tía de Mari Jo repartía paletas de dulce con la ficha de la adolescente pegada y pedía a la gente que tomara una foto de la pancarta con los datos de la Alerta Amber y la publicaran en sus redes sociales para que “más gente ayude a buscarla”.

En la caminata por la avenida Hidalgo también me topé con la familia de Tammy, quien desapareció en agosto de 2007. Ellos no han parado de buscarla.

No podía faltar la familia de Imelda Virgen, la mujer cuyo asesinato en 2012 obligó a que en Jalisco se tipificara al delito de feminicidio. También estuvo Guadalupe Ramos, quien comenzó las marchas del Día Internacional de la Mujer con un puñado de amigas y conocidas hace muchos años, y vi a muchas mujeres que marcharon por primera vez.

La marcha principal del 8 de marzo pasado, a la que según las autoridades acudieron cerca de 70 mil mujeres, estaba plagada de historias. Miles de historias que deben ser contadas. Sin embargo, nuevamente algunos medios de comunicación optaron por dar mayor peso a los vidrios rotos y a los espacios públicos y privados dañados. Dar prioridad y mayor cobertura a lo que hacen unas cuantas chicas mantiene el discurso de que la marcha es un espacio de violencia y justifica el despliegue de seguridad evidente e infiltrada de las autoridades municipales y estatales.

Y lo peor, ni siquiera se detuvieron a conocer la historia de esas chicas. No les interesa saber por qué están enojadas. Una de las jóvenes que participó en la marcha principal y que rompió algunos cristales busca a su hermana desaparecida. Omitiré por supuesto los datos, pero su historia es, como la de muchas mujeres, desesperante; de esas búsquedas que se limitan a lo que hace su familia, con autoridades que no escuchan y menos actúan.

Todavía en los días posteriores algunos medios seguían eligiendo contar cuánto costaría reparar los daños, pintar las paredes o reponer los vidrios. Les tenía sin cuidado si a la chica violada le destruyeron la vida, que la Fiscalía del Estado no ha ido a la escuela de Mari Jo a investigar si sus compañeros sabían con quién tenía contacto o si además de la información que ha aportado la familia de Tammy a lo largo de 15 años no ha habido acciones contundentes de las autoridades para saber qué le sucedió.

Elegir contar lo que hicieron unas pocas personas y desinteresarse de las razones hace que se privilegie una narrativa que desvía la atención de lo que es importante y, lo peor de todo, provoca nuevas violencias, sobre todo desde la cobardía de quienes usan las redes sociales con cuentas falsas para mostrar el odio a las mujeres, ese que no se atreverían a revelar dando la cara.

En esta ocasión, como no había sucedido en años previos, los ataques en redes sociales hacia las periodistas que cubrieron la marcha se acentuaron.

Afortunadamente el eco que dejó la marcha fue otro. Los miles de mujeres que salieron la semana pasada a la calle confirmaron que se trata del movimiento social más importante y contundente de los últimos años en el estado y, en general, en nuestro país. Es un movimiento integrado por miles de historias desgarradoras que encuentran en la posibilidad de contarse un desahogo y, especialmente, una posibilidad de acompañamiento.

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jl/I