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Quema de efigies

López Obrador quería “mostrar músculo” el pasado fin de semana, para que quede claro cuánta gente lo respalda, pero lo que trascendió en los medios de comunicación fue la quema de una efigie de la ministra Norma Lucía Piña, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

No sabemos si fue un error de cálculo político, o fue la iniciativa espontánea de alguien que quería quedar bien con López Obrador, pero el hecho es que el acto fue criticado hasta por personas que abiertamente respaldan al presidente, como Sabina Berman, e incluso el propio López Obrador declaró en su conferencia mañanera del día siguiente que eso no debía hacerse. Aunque, después, encontró la manera de volver a ponerse como la víctima.

Desafortunadamente, el presidente se rehúsa a asumir las responsabilidades de su cargo. No reconoce públicamente que él es quien inició la serie de ataques y amenazas en contra de la ministra Piña, acusándola, sin pruebas, de corrupta. Habrá quien considere que eso lo hace en uso de su libertad de expresión, pero esa libertad no aplica en su caso. Su investidura presidencial le obliga a ser sumamente cuidadoso con sus declaraciones, debido a que, por un lado, es el primer servidor de la nación, y por lo tanto es el primero que debe cumplir con las leyes, lo que implica que no tiene derecho a difamar a nadie, y si tiene pruebas que pueden acreditar que alguien cometió un delito, entonces su obligación es presentarlas junto con la denuncia correspondiente, para que la autoridad competente se haga cargo, puesto que, si no lo hace así, entonces está solapando a un posible delincuente.

Por otro lado, López Obrador no quiere reconocer que, a causa de su poder, lo que él declara se convierte en verdad para quienes lo siguen, y pueden tomar sus palabras como órdenes o señales de lo que deben hacer. No por nada, después de que llamó corrupta a la ministra Piña, alguien fue a amenazarla de muerte, aunque fuera con un arma de utilería. Y habrá quien diga que por ser de utilería no pasa nada, pero el hecho es que es una amenaza simbólica, que alguien más puede intentar llevar a la práctica.

También hubo quien criticó que en marchas de protesta se ha quemado la efigie del presidente, y tienen razón, pero, aunque también es un asunto de violencia, no es lo mismo que la efigie la quemaran mujeres que protestan en contra de las actitudes machistas que el propio presidente encarna, y que las dejan a merced de la violencia de todos tipos, incluyendo la feminicida, es decir, desde su vulnerabilidad, a que lo hagan quienes se sienten impunes porque hacen algo que piensan que le agradará al poderoso en turno. Son dos mensajes muy distintos, aunque los gestos sean semejantes. El primero es parte de una denuncia y una demanda de respaldo, y el segundo es una advertencia y una amenaza.

Para que quede más claro, haré una analogía. Lo que hace el presidente es equivalente a un director de una escuela de educación básica que se burla de algún estudiante, y después se dice escandalizado porque los niños de su escuela le hicieron bullying a ese mismo alumno, y como resultado lo agredieron y lo dejaron herido de gravedad, aunque los deja sin castigo, y además culpa al estudiante agredido, diciendo que él lo provocó con sus actitudes.

El ejercicio del poder educa, y si la máxima autoridad lo utiliza para descalificar y humillar a sus adversarios políticos, sin actuar de manera responsable, y con apego a la ley dentro de un marco institucional, el pueblo aprende que así se hacen las cosas, que nos rige la ley del más fuerte, la de la violencia. No lo consintamos.

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Twitter: @albayardo

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