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Lo mismo de siempre

No es ninguna novedad, pero justo por su reiteración histórica siento necesario insistir en ello. Me refiero al hecho de que, como si nada hubiera pasado en la historia larga y reciente, el discurso y las prácticas de la clase política siguen siendo las mismas de cada tres y cada seis años, cuando se enfrascan en sus disputas por el poder y después cuando algunos de ellos, presuntuosamente, se alza con el triunfo, aunque solo haya obtenido una minoría de votos respecto del total de electores.

Ya se han escrito muchas historias al respecto de manera que, aprovechándolas, aquí solo voy a decir que en México a estas alturas se han realizado muchos, demasiados, procesos electorales; que han surgido muchos partidos políticos; prácticamente todos se han dividido, y otros han desaparecido. Sin embargo, el sistema de partidos ha tomado las precauciones para, de ser necesario, convertirse en negocios familiares o en agencias de colocaciones. Pero quizá la idea-fuerza más perniciosa es que, a pesar de todo, siguen haciendo creer que son “un mal necesario” y que la sociedad necesita del espectáculo que montan periódicamente.

Por otro lado, pero como parte del mismo problema, tenemos a estas alturas una gran colección de planes nacionales, estatales y municipales de desarrollo que, sin responsabilidad alguna, han sido incumplidos. Los políticos en campaña son capaces de prometer cualquier cosa y ya como gobernantes, con el cinismo e impunidad que les permite el sistema, no se sienten comprometidos a nada, e incluso hacen lo contrario.

En este transitar, el país, como es normal, debido al hacer de diversos sujetos sociales y políticos ha pasado por momentos y hechos históricos que lo han transformado, en algunas cosas para bien, pero en muchas otras para mal. Por ello hemos visto cómo el significado positivo de la idea de la transformación o de la refundación se han tornado negativas para la mayoría de los mexicanos, mientras que, para una minoría privilegiada, el sistema democrático liberal nunca había funcionado tan bien y por ello, justificadamente, lo defienden con todo.

Para que lo anterior sucediera, en nuestra larga historia sociopolítica, los de arriba fueron creando una cultura, instituyendo ideas, mitos, cánones y, desde luego, todo un intrincado sistema jurídico legal imposible de desmontar siguiendo su propia dinámica, racionalidad y legalidad. Así ha quedado claro que no es cierto que a través de los partidos políticos y los procesos electorales se pueda transformar este sistema. La lección es clara, si bien, como hemos visto, algunos grupos pueden ser desplazados del poder, por estos medios solo se puede seguir reproduciendo el sistema que de naturaleza está diseñado para el beneficio de una corporación social cada vez más minoritaria.

A contrapelo y debido a que se entiende que este sistema, que esta clase política, con sus prácticas, ha llevado al país a una situación de emergencia, de colapso ambiental, epidemias y pandemias, de guerra informal, de la magnificación de la desigualdad y, por ello, de la generalización de una incertidumbre social es que, desde otras perspectivas, desde otras racionalidades y subjetividades sociales, ya se considera la necesidad de que, para conservar la vida y la paz con justicia y dignidad es necesario dejar de pensar, hacer y sentir lo que se dicta desde el poder. Es decir, que un sistema que beneficia solo a unos pocos y daña a las mayorías no es defendible.

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jl/I