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De paso

Eran un grupo, pero dos de ellos ya no siguen el camino desde Centroamérica a Estados Unidos. En Chiapas, cuenta, los agarraron los maras. A los dos que faltan los mataron. A uno más lo violaron. A quien habla con nosotros lo golpearon y lo dejaron sin un diente.

Nos da un papel para preguntar por la casa del migrante. Van caminando hacia el lado contrario. Le escribimos una pequeña guía y le damos de palabra unas indicaciones generales.

Él viene de Guatemala. Falta por lo menos un mes para llegar a Estados Unidos, dice con cierto optimismo. ¿Adónde van? Adonde podamos pasar, contesta.

Los otros que lo acompañan ya se adelantaron. Él sigue contando que el Ejército los retuvo varios días. Allí le cortaron el cabello. Allí les dieron el mapa para llegar a la casa del migrante.

Han caminado desde Aviación hasta Terranova. En grupo. Juntos. Como pueden. Y pese a traer todo el peso del mundo en sus espaldas, sonríe y nos dice “amigos mexicanos” cuando le damos una botella de agua, lo único que nos pidió cuando le ofrecimos algo de comer.

Poco más de cinco años después, el presidente López Obrador abrió su conferencia matutina con las siguientes palabras: “Quiero informar algo muy lamentable, muy triste. Anoche (...) se produjo un incendio en un albergue de migrantes en la frontera, y tenemos hasta ahora como informe que perdieron la vida 39 migrantes”.

Y continuó enseguida: “Esto tuvo que ver con una protesta que ellos iniciaron a partir, suponemos, de que se enteraron de que iban a ser deportados, movilizados, y como protesta en la puerta del albergue pusieron colchonetas del albergue, y les prendieron fuego y no imaginaron que esto iba a causar esta terrible desgracia”.

Los migrantes estaban encerrados (no hay otra palabra) en un espacio del Instituto Nacional de Migración (dependiente de la Secretaría de Gobernación) y fueron dejados allí dentro de las celdas, con candado puesto, a pesar de que había comenzado un incendio.

Hechos como este son de esas realidades que, por su dramatismo, nos dan golpes cada cierto tiempo y nos recuerdan a muchos (lo digo con sentida vergüenza) que la migración de personas ocurre a diario, la mayoría de modo silencioso y con historias desgarradoras que generalmente no conocemos.

Lo ocurrido esta semana nos conmociona y remueve, ¿pero cuánto nos dura el recuerdo? ¿Cuánto olvidamos hasta que hechos de una magnitud similar vuelven a ocurrir? Traemos a los análisis y comentarios casos tan violentos como la masacre de San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010, donde 72 migrantes fueron asesinados cuando intentaban cruzar la frontera; el multihomicidio fue atribuido al crimen organizado.

¿Pero qué hay, por ejemplo, de los 233 migrantes que autoridades mexicanas hallaron en febrero de 2021 abandonados en el remolque de un camión de carga en Veracruz?

O el accidente de hace apenas poco más de un mes en Oaxaca, que dejó al menos 10 migrantes muertos luego de que un tráiler chocara el autobús en el que viajaban… y así podríamos seguir, con accidentes y decesos resultado del abandono de los gobiernos, de tratar a las personas como mercancía y abusar de sus necesidades, del dominio del crimen organizado en zonas enteras de este y otros países…

Durante 2022, documentó la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), murieron o desaparecieron más de mil 300 migrantes en el continente americano intentando llegar a su destino final; el punto más letal, con la mitad de estos fallecimientos, es la frontera de México con Estados Unidos. La cifra, señaló, puede ser mucho mayor.

El incendio en Ciudad Juárez debería ser una gran y determinante llamada de atención. Esos migrantes murieron bajo el resguardo de una autoridad que debía velar por su seguridad y su bienestar hasta que se cumpliera el proceso de deportación en el que supuestamente estaban.

No sé qué pasó con el joven guatemalteco, pero espero de verdad que haya podido terminar su viaje y ahora goce de la vida que no tuvo de este lado de la frontera.

Que le negaron.

Twitter: @perlavelasco

jl/I