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Alfaro, la democracia como impostura

A la memoria de mi amigo Abraham Pérez Valdez 

 

Si algo distingue a los políticos autoritarios es que, a la par de su pleito casado contra todos los que no piensan como ellos –sobre todo el periodismo y la opinión que se atreven a cuestionar públicamente sus motivos y sus actos –, necesitan de su corte de legitimadores, una suerte de opinión política afín que minimiza sus excesos como parte del juego democrático, y cuando se denuncian los riesgos de la captura de instituciones y poderes señalan con gran solvencia, como prueba irrefutable de la falsedad de la queja: “Imposible, fue electo por el voto democrático...”. 

No haría falta señalar que el ejemplo del presidente Andrés Manuel López Obrador echa abajo estas consideraciones. Se trata del mandatario electo por más votos que cualquiera de sus antecesores (tampoco una gran sorpresa: la población no ha cesado de crecer y cada vez hay más votantes), es decir, dotado de gran legitimidad. Pero no está de más recordar que un político electo bajo las reglas democráticas está obligado a cumplirlas. Los contrapesos, el respeto a las libertades individuales, a los derechos (que jamás se votan ni negocian), al espacio de todos, al pluralismo. En ningún momento una mayoría de votos permite “transformar” o “refundar” una república donde estos valores sean desplazados. 

Que digan que Enrique Alfaro Ramírez se va a ir ineludiblemente el último día de noviembre de 2024 no cambia su condición de político intolerante. Su verdadero juego democrático, no dialogar (que es no hacer política), sencillamente porque ganó el voto y tiene mayoría era la típica postura de muchos políticos de la derecha en los años 90. Y ahora, los que se dicen liberales o de izquierda lo han asumido gozosamente. 

Pero pretender erigirse en adalid de la moral democrática le queda mal a Alfaro: no nos va a dejar, ni de lejos, un estado más democrático del que recibió. El ejemplo conspicuo es la relación con la prensa y las organizaciones ciudadanas. 

Alfaro sostiene el discurso del noble papel de la prensa en la denuncia de los abusos y crímenes del poder… pero en los bueyes de su compadre. La realidad es que ha aprovechado la debilidad de los proyectos periodísticos locales para cooptarlos y condicionarlos (no pago para que me peguen), y a los que no se someten, el anatema: periodiquitos, mentirosos, manipuladores, sicarios. En la mejor tradición autocrática. Y de forma paralela, sus socios en el poder, la triada de empresas encabezada por Euzen, donde están sus consejeros ideológicos que le han convencido que el estado es él, y solo por él se debe saber todo: Alfaro, el superreportero de Jalisco, da exclusivas en todas las fuentes, desde deportes hasta nota roja. Y luego se queja de lo que es lógico con la sobreexposición: el desgaste, el ataque, la banalidad extrema, el narcisismo. 

Con la sociedad civil, la cooptación no ha sido menor. Movimiento Ciudadano en Jalisco es la fusión del poder político y el ciudadano. Las organizaciones que se han negado a esa fusión son acosadas, estigmatizadas y, si hace falta, amenazadas con un expediente judicial. Que el ágora pública esté hoy menos poblada de disconformes que hace cuatro años es elocuente prueba de que muchos han recibido el mensaje. ¿Y qué decir de la oposición, postrada, sometida, que negocia puestos de trabajo en instituciones que ayudaron a cooptar como la Comisión Estatal de Derechos Humanos? ¿Tenemos un mejor Poder Judicial? 

De manera que no basta que Alfaro se vaya el 30 de noviembre de 2024. Su oferta democrática no fue tal, sino una impostura acompañada de un discurso hábil y legitimador. No hay que culpar a los universitarios, que ahora, tras la muerte de Raúl Padilla López, se ponen a la defensiva. La burra no era arisca: es natural creer que les va a imponer su propia y narcisista versión de democratización sin disensos. 

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jl/I