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El cumpleaños de Raúl Padilla

Raúl Padilla, homónimo de su padre e hijo de una mujer asaz extraordinaria, doña Abigail, murió entre el 1 y el 2 de abril: curiosamente en el aniversario 34 de su toma de posesión como rector de la Universidad, también sábado, en 1989.

En ella misma había estudiado la carrera de historia y obtuvo el título correspondiente en 1977, tal como lo había hecho yo, pero 11 años antes.

El día que asumió el cargo, que por cierto lo recuerdo muy bien porque sabía que comenzaba una nueva época en nuestra casa de estudios, culminó también una tarea de preparación que había durado varios años, en la que contribuí de diferentes maneras desde mi residencia en la capital. En consecuencia, el primer nombramiento que expidió fue a mi favor: asesor. Con ello regresaba a la nómina universitaria, aunque fuera modesta y tangencialmente, después de haber sido expulsado de ella en 1973 por los “gorilas” de la FEG.

Con el tiempo fui tomando otras tareas y caminos, pero debo subrayar que, sin su ayuda, mi tarea de rescate de El Colegio de Jalisco se hubiera complicado muchísimo más.

No me explayaré en hablar de la grandeza de Padilla después de la tinta que ha corrido a su favor. Sí declaro mi inconformidad por algunos calificativos muy peyorativos que han salido a la luz, producto de la ignorancia, la mala fe o la concupiscencia con los naturales enemigos de quien deja una herencia de tal envergadura.

Mi intención ahora es, tal como lo hice durante varias décadas, no dejar pasar desapercibido el aniversario del natalicio de Raúl Padilla López: el 3 de mayo de 1954. Ante la imposibilidad de hacerlo con quien correspondería, he decidido permanecer callado en medio del alud de letras que ha corrido en días pasados y, me imagino, habrá de correr después, pues el personaje merece análisis desde muchos puntos de vista, pero recordar su cumple, un día como el de mañana, es algo que no quiero dejar de hacer.

Además, ha sido sepultado en el mismo cementerio en el que yacen mis padres y no olvidaré nunca cómo Raúl me apretaba el brazo para darme fortaleza cuando el féretro de don José María era bajado a donde está ahora. Quiero decir que las visitas que a veces hago a la tumba de mis progenitores, a pensar un poco en ellos y en lo que ha sido mi vida, ahora se enriquecerá con una vueltecita para pensar un rato, frente a su tumba, en Raúl Padilla y en todas las cosas que hicimos juntos, que no fueron pocas, y más aún en lo mucho que le quedé a deber.

Pero hay algo más importante en lo que muchos más debemos aprestarnos a participar: ¿cómo vamos a dejar un testimonio fidedigno y en verdad imperecedero de todo lo que hizo en favor de la Universidad, de la sociedad jalisciense y de la cultura mexicana?

Asimismo, quiero tener siempre presente, para que no se pierda la memoria, a los gobiernos y gobernadores que no comprendieron el valor de su trabajo y arremetieron en su momento contra él y, sobre todo, a sus achichincles “más papistas que el papa”: curiosamente los tres blanquiazules y alguno que lo es también de corazón, aunque disfrazado.

En términos generales podemos decir que la inmensa obra de Raúl Padilla López, además de salvar obstáculos hasta cierto punto naturales, tuvo que remar en la corriente contraria de muchas autoridades y no pocos conciudadanos. Bien se dice que los peores enemigos son los que están en la propia casa.

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jl/I