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GDL: la ciudad de las partículas suspendidas

La última semana del mes de abril y los primeros días de mayo de 2023 han sido de múltiples incendios forestales e intenso humo en Jalisco y en Guadalajara. En las calles de la ciudad, como pocas veces, por varias horas, durante unos días era difícil ver a corta distancia y el olor a quemado ha sido perceptible en prácticamente toda la metrópoli. Es que estamos en la temporada de incendios, dicen desde el gobierno, como si eso fuera suficiente para justificar esta inédita temporada de incendios. También en este problema que nos destruye, Jalisco ocupa el primer lugar nacional.

Han sido días de ojos y gargantas irritadas, de mareos, dolor de cabeza y fosas nasales resecas y costras sangrantes, por señalar algunos de los malestares que sufrimos muchos de los millones de habitantes de la conurbación tapatía. De plano, Guadalajara, gracias al hacer depredador del cartel inmobiliario, así como de los “productores” de agave y aguacates hace mucho que dejó de ser la ciudad de las rosas, la ciudad amable, la del olor a tierra mojada y del clima envidiable, para convertirse en la ciudad que huele a incendio, a humo; a las emisiones que todos los días producen millones de motores de combustión en marcha y en la que durante la mayoría de los días del año, los monitores que dicen medir la calidad del aire que todos respiramos se ven rebasados, aunque ello no implique que las instituciones ambientales y de salud estatales activen la alarma. Hay muchas nocividades y negligencias en nuestro ambiente.

Hace años que vivir y respirar nocividades es algo cotidiano en esta ciudad. De hecho, se ha naturalizado. Igual hace tiempo sabemos que la contaminación mata lentamente, igual que lo hacen las políticas sanitarias que sabiendo esto no hacen lo debido. Por ello, para no quedarnos en lo que al respecto dice el sentido común y en los síntomas superficiales que manifiestan nuestros sistemas vitales, pero que se agudizan en estas situaciones críticas, uno esperaría que las autoridades responsables informaran amplia y verazmente respecto de la cantidad de partículas suspendidas arrojadas al medio ambiente por los incendios forestales, de los efectos negativos para nuestra salud al exponernos a tales contaminantes, así como también de los cuidados efectivos a considerar.

Esto que parece ser lo lógico, lo obligado y normal en un gobierno que se preocupe por la salud de toda la población, resulta un imposible y a la vez contradictorio porque a los gobiernos les encanta el discurso políticamente correcto del desarrollo sustentable. Y hasta llegan a presumir que Guadalajara es una ciudad saludable.

El otro ingrediente que enrarece y enferma el aire de la ciudad, que a la larga es letal, y que quizá no se esté considerando como factor importante de riesgo, es el constante polvo que respiramos, enriquecido con partículas de cemento, cal, vidrio y aluminio que producen las múltiples demoliciones en donde luego se realizan profundas excavaciones para después construir torres de departamentos inalcanzables tanto por su altura como por sus precios.

Por supuesto, al cartel inmobiliario y los provocadores de los incendios, no les pasa por la cabeza hacerse cargo de los daños que provocan a la salud de todos, incluso la de ellos mismos. Lo peor es que tampoco el gobierno ofrece ninguna atención especial ante este tipo de crisis ambientales y, por tanto, los estragos causados en la salud de nuestros sistemas respiratorio y circulatorio, tanto por los incendios como por los procesos de gentrificación urbana corren por cuenta de los afectados. Así, ellos ganan mientras nosotros nos enfermamos.

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