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El caso del mural extraviado

En una visita a Guadalajara, el presidente Echeverría decidió supervisar las obras de remodelación del Museo Regional de Guadalajara, del que su suegro era director. Se trataba de mi muy querido maestro José G. Zuno, quien había sido gobernador de Jalisco medio siglo atrás y había fundado entonces la Universidad de Guadalajara (1925).

Aquello era un caos pues la obra física estaba en su esplendor, pero el presidente ya sabía a lo que iba. El director del museo tenía también la ilusión de que su yerno viera su expresión gráfica de La bárbara conquista de Tonalá. Pero fue el caso de que no lo pudo encontrar y discurrió que los restauradores del edificio se lo habían borrado…

Así se lo comunicó su hija, doña Esther, esta pasó corriente al marido y éste encargó a algún ayudante que lo averiguara… Creo que el canchanchán se sobregiró como suelen hacerlo y dispuso que se convocara a Los Pinos, al delegado del INAH en Jalisco, al director de la obra y al suscrito no se sabe en calidad de qué… pues no era más que un empleado de la sección de historia.

Se hizo el viaje con suficientes pruebas de que el mural aun existía y a punta de la lengua la explicación de la desorientación a que podían dar lugar las muchas modificaciones que se estaban haciendo al edificio.

Era la primera vez que entrábamos a la casa presidencial y nos hacía gran ilusión, de manera que incluso los tres íbamos con nuestras mejores galas, pero sin equipaje alguno pues supuestamente regresaríamos a casa por la noche. ¡Craso error!

No fue difícil entrar al recinto sagrado y nos instalaron en un salón donde había alrededor diferentes grupitos bien definidos que, a poco de llegar, el presidente en persona comenzó a atender directamente.

No dejaban de latir nuestros corazones, pero se tranquilizaron un poco cuando el presidente quiso enseñar personalmente los jardines de la casa a quienes estaban antes que nosotros… Pensamos que valía la pena porque a nosotros nos llevaron también de pequeña gira. Pero esta se interrumpió cuando, al parecer, le dijeron al oído al presidente que ya tenía que partir. En efecto se fue, pero nos dijeron a nosotros que lo debíamos acompañar. Seré breve: en un avión del Ejército nos llevaron a Mérida, donde cenamos y dormimos a costillas del erario. En la mañana recorrimos unas obras de los alrededores, ahora sin corbata, sude y sude, con el saco del tacuche en el hombro. En la tarde por carretera en un camión de lujo seguimos a Campeche y ahí, cuando ya parpadeaba, alguien nos empujó literalmente a la vera del C. presidente, diciéndole: “estos son los del Museo de Guadalajara”. Primeramente, se nos quedó mirando como si “la virgen le hablara” pero algo le dijeron al oído que lo ubicó de inmediato: ¿qué pasa con el mural de mi suegro? Dijo.

-Nada, está en perfecto estado, respondimos casi a coro. Fue entonces cuando el delegado empezó a sacar de su carpeta algunas fotos con el periódico reciente y algunos presupuestos para su restauración y no sé qué más, cuando el presidente lo interrumpió diciendo.

Zuno está ya muy mayor, ¿verdad?

No hubo tiempo de más, empezó a saludar a campechanos ilustres y, de inmediato quedamos fuera de la comitiva.

No es el caso contar los apuros para regresar a casa por nuestra cuenta, casi sin dinero, sin tarjetas de crédito y sin conocer prácticamente a nadie. Para colmo era sábado y no había a quien llamar que nos pudiera conectar con el personal del INAH en Campeche. De aventón llegamos a Villahermosa, en un tráiler lleno de cebollas que no sé si olían más o menos que nosotros. Aquí empeñamos los relojes y en camión de segunda llegamos treinta y tantas horas después a la ciudad de Guadalajara…

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jl/I