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Las miserias de la oposición

No me quiero decantar ahora a favor de nadie en la confrontación cada vez más enconada de los dos bandos en que parece haberse dividido la sociedad mexicana, con tantos arrebatos e intransigencia.

Por lo que respecta al gobierno tengo varias quejas, pero sus opositores, que supuestamente reclaman para sí el uso de la razón, me parece que están muy lejos de actuar con la categoría que, gracias a algunos personajes muy distinguidos que están a su favor, se esperaría que llegaran a alcanzar.

Me mantengo al margen de la discusión sobre los libros de texto. En especial de la materia que se supone que es mi cuerda, la Historia. A excepción de algunos pocos comentarios acuciosos y solventes, lo que muchos opositores han dicho resulta en verdad lamentable.

Confirman el aserto que se ha oído ya muchas veces de que lo peor de la política mexicana contemporánea, no solo respecto a los libros de texto, está en la oposición.

Por un lado, muchos hablan por hablar, sin saber bien a bien lo que dicen. En este rubro hay varios eclesiásticos de nivel entre los que se cuenta el obispo hidrocálido. El hombre repite argumentos esgrimidos sistemáticamente cada vez que se han hecho nuevos libros de texto. La palabra preferida es “comunismo”… Después de tantos años, cuando algo que no les gusta y no saben cómo calificarlo lo tachan de “comunista”.

Es curioso que ahora se hable a favor de los primeros libros de texto gratuitos, que datan de la época de don Jaime Torres Bodet, a quien en aquellos años lo acusaron también de comunista y le dijeron hasta de lo que se iba a morir… Supongo también que se reitera porque tales libros oficiales desbaratan pingües negocios que están imbricados desde siempre con gente de filiación clerical.

Luchar para que los actuales libros no se reciban y, lo que es peor, que se quemen, como si fuéramos vulgares fascistas o cristeros, es una buena manera de vender algunos textos que andan por ahí que, al menos de lo que yo conozco, resultan ser de la peor ralea.

Estos nuevos libros aparecen en mal momento, pues los ánimos están caldeados y su detracción es un recurso, muy vulgar por cierto, para arremeter contra el gobierno sin que importe mayor cosa la educación de los infantes.

En vez de discutirlos con seriedad y pensar en el modo de corregirles lo corregible, con bases serias y no histéricas; es decir, hacerlo con criterios profesionales y no dogmáticos apasionados e ignorantes, la mayor parte de los argumentos en contra son en verdad deleznables.

No utilicemos la educación de nuestros infantes como un arma política, pues se nos puede revertir en contra de todos. Mostremos respeto por la letra impresa y abramos una discusión formal.

Mejoremos el nivel de la oposición si en verdad queremos contrarrestar la política oficial, pero no perdamos de vista todo lo que resulta de varios sexenios lamentables que enriquecieron a unos cuantos que son, precisamente, quienes más gritan ahora y empobrecieron a muchos que, guste o no, han mejorado su estatus en lo que va de sexenio.

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jl/I