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¡Dos de octubre no se olvida!

Debo agradecer a que mi carnal decidiera ese año de 1968 celebrar su aniversario número 33, cosa rara en él, no haber estado en la Plaza de las Tres Culturas en la masacre del día siguiente. El hombre, muy generoso, me disparó el boleto de avión para que viniera a Guadalajara el día primero. Pero no lo fue tanto como para hacer lo mismo con el boleto de regreso, de tal manera que el miércoles 2, en la tarde, me la pasé esperando en el hogar paterno a que llegara la hora de ir a la central camionera a tomar un Tres Estrellas que partía a las 12 de la noche…

De la casa de ustedes a la central tardaba uno a esa hora menos de 15 minutos, de manera que, a modo de despedida, me dispuse a ver el noticiero de las 11 de la noche con Ignacio Martínez Carpinteiro… ¡fue impresionante lo que pasó por la tele! De hecho, a causa de ello, el locutor fue dado de baja de inmediato y substituido por el tal Jacobo…

Dado lo que vi, decidí no moverme, a pesar de que, un par de semanas atrás, dos judiciales me habían acompañado a la central con la recomendación de que no volviera a pararme por la Universidad de Guadalajara. No era de mala fe: habíamos intentado sumarla a la protesta de la Ciudad de México y muchas otras partes del país, pero la Federación de Estudiantes de Guadalajara (“la terrible FEG”) en verdad a las malas lo había impedido. Lo que hicieron los polis, por orden del procurador, fue sacarme de la ciudad para protegerme.

Había hecho amistad con el hombre a resultas de que había hecho mi tesis recepcional precisamente sobre el primer rector de la Universidad, Enrique Díaz de León, hermano muy mayor del funcionario de marras.

La solidaridad de la FEG con el gobierno de GDO le dio una enorme fuerza que duró muchos años, dañó enormemente el nivel de estudios y el prestigio de la casa de estudios, al tiempo que sus líderes medraron e hicieron y deshicieron a su antojo. Pasaron muchos años antes de que mi alma máter empezara a recuperar el prestigio académico que ahora tiene…

El caso es que me quedé enclaustrado unos pocos días en espera de tener noticias de México que me animaran a volver.

Era el caso de que, ya desde antes del 2 de octubre, el llamado Movimiento Estudiantil, respaldado por miles de ciudadanos de todo tipo, había empezado a menguar. Prueba de ello es que ahora se reunían por segunda vez en la Plaza de Tlatelolco, en vez de los enormes contingentes que habían llenado el Zócalo capitalino varias veces en fechas anteriores.

Lo cierto es que el “2 de octubre” lo acabaron de aplastar, generando por cierto un enorme descrédito para nuestro país, ya en espera de las olimpiadas que habrían de inaugurarse el día 12.

Recuerdo los versos del poeta chileno Ángel Parra, que corrieron por doquier:

Para que nunca se olviden

las gloriosas olimpiadas

mandó matar el gobierno

cuatrocientos camaradas

Puede presumirse que ese día se rompió el primer récord mundial, cuando se anunció la presencia del presidente, “con el debido respeto” se produjo la mayor mentada de madre de la historia…

Díaz Ordaz, mejor conocido como “el boca juniors”, “bien-dientón” o “qué hociquito”, respectivamente en argentino, vietnamita o japonés, vivió hasta el fin de sus días con la espada atravesada del rencor popular, pregonando a diestra y siniestra que con ello “había salvado a la patria”, pero esa ni sus allegados se la creyeron.

El caso es que han pasado 55 años y el “¡2 de octubre no se olvida!”.

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jl/I