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En Huasca de Ocampo, un pueblo pintoresco enclavado en la sierra de Pachuca, Hidalgo, los duendes se han convertido en protagonistas de un sinfín de travesuras, bromas y objetos perdidos, al grado de sorprender a más de uno y hacer dudar a muchos escépticos.
La razón es simple: en este misterioso lugar, que forma parte del corredor de la montaña hidalguense, los traviesos -o mejor dicho malvados- duendes suelen desaparecer las carteras, las llaves del automóvil o los calcetines de quienes por curiosidad llegan a visitarlos.
Pero, al parecer, lo que más disfrutan es trenzar el cabello como lo hacen con las crines y las colas de los caballos, “pues en las noches dejan unos trabajos en forma de columpios que son todo un arte, incluso difíciles de hacer para un estilista profesional”, comenta Cristina Cortés de Herwing.
Esas historias y leyendas son el motivo por el que el Museo de los Duendes abrió sus puertas hace 15 años. Se trata de una casa de madera instalada en medio del bosque, parecida a la de los cuentos, con abundante heno colgado sobre las ramas de los árboles.
Compuesto por tres salas, el recinto tiene una colección muy amplia de figuras de duendes, elfos, trools y hadas; además cuenta con fotos, testimonios y los famosos trenzados elaborados por los propios niñitos para jugar. Todo como prueba de su existencia en los alrededores de este Pueblo Mágico.
Para Cortés de Herwing, todo empezó cuando, en 1999, dos mujeres jóvenes murmuraban acerca de lo que los chamaquitos les hicieron la noche anterior y, al tratar de despejar sus dudas conversando con ellas, descubrió que todo se trataba de duendes y quedó sorprendida.
"El 5 de febrero de 2000 corté la primera trenza que apareció en el crin de Bandolero, uno de mis caballos favoritos, que a pesar de verlo seguía sin creer porque soy estilista de profesión y sé lo que cuesta trabajar con cabellos humanos y todavía más con cerdas tan rígidas y difíciles de manejar”, relató.
Desde entonces, Cristina ha dedicado parte de su vida a indagar en el tema. Preguntó a todos aquellos que se encontraba en su camino, sobre todo a las personas mayores. “Muchos tenían historias que contar con duendes, pero el temor al qué dirán los obligaba a negarlo”, expuso.
El reto entonces comenzó para documentar la información con testimonios y evidencias reales, lo que significó muchos años de investigación empírica para dejar atrás el mito y darle vida a cada relato reunido en el Museo de los Duendes.
EH/IP