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Dengue, la epidemia del cambio climático

Cuando se habla de cambio climático es común vincularlo también con temas como la extinción de las especies, derretimiento de los glaciares, contaminación del aire y tantos más, pero pocas veces suele relacionarse con el enorme daño que implica a la salud humana de forma no directa, sino directísima, parafraseando a Rivas Souza.

No es un tema del futuro (ese pinta bastante peor), es de ya, de ayer y de hoy. En Jalisco, el dato oficial más actualizado es de mil 777 personas contagiadas este año por el virus del dengue que transmite el mosco Aedes Aegypti, un insecto versátil que ha sabido expandirse en el mundo gracias a su capacidad de enfrentar condiciones adversas -de frío y sequía-, pero invitado por el incremento de la temperatura en la biósfera, que le genera un clima ideal para completar su ciclo de vida en lugares no antes conquistados.

La forma de corroborar esto es que la fiebre amarilla, el dengue, el zika y chikungunya (basta revisar los nombrecitos) solían ser enfermedades exclusivas de climas tropicales de América y África, todas transmitidas por el díptero. Pero conforme el termómetro mundial ha ido subiendo, los mosquitos portadores han ido colonizando nuevas latitudes cada vez más alejadas de los trópicos, como Estados Unidos por ejemplo.

Simultáneamente, los países, regiones y ciudades donde este vector tenía su ciclo reproductivo específicamente marcado en la temporada de lluvias, como Jalisco y sus municipios, ahora lo tienen todo el año o gran parte de él, mientras que las fechas húmedas se han vuelto críticas para su proliferación.

Según datos que entregó por transparencia la Secretaría de Salud Jalisco, desde 2009 a la fecha no ha habido un solo mes en que no se haya registrado al menos un caso confirmado de dengue, y empiezan a subir drásticamente en junio, julio, agosto, septiembre e incluso noviembre.

La Organización Mundial de la Salud reconoce que controlar al mosco es una tarea compleja y se debe echar mano, principalmente, de la prevención, es decir evitar a toda costa los encharcamientos, pero el insecto es muy hábil y ahí radica su éxito reproductivo: es capaz de ovopositar en cualquier encharcamiento y, si se llega a secar, los huevos permanecen en latencia por meses hasta que vuelva a haber humedad suficiente, entonces las crías eclosionan y siguen su desarrollo.

Y aunque la OMS también aprueba el uso de insecticidas para su control, los recomienda sólo cuando hay una emergencia epidemiológica y no funcionaron las medidas preventivas, porque esos químicos sí matan al Aedes, pero también al resto de insectos benéficos como las abejas.

Otra de las medidas más innovadoras que se han usado en países como Brasil es el control biológico. Una de las opciones es liberar millones de moscos machos genéticamente modificados con el fin de que se apareen, el resultado es que la progenie hereda los genes mutados del mosco y esto le impide sobrevivir más allá de la fase larvaria. Así han bajado 85 por ciento sus poblaciones.

El gran pero es que ninguna de estas medidas va a ser suficiente si no se detiene el incremento de la temperatura en el planeta, porque es el caldo de cultivo del dengue y otros virus mortales. La OMS estima que de subir tres grados centígrados de aquí a 2080, no habrá lugar en el mundo donde no prospere el mosco; hoy está en la mitad del planeta.

En la medida en que se emprendan acciones contundentes para mitigar el cambio climático no sólo se salvarán los casquetes polares, sino garantizaremos un mejor futuro para nuestra salud y de las siguientes generaciones humanas.

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da/i