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Concierto de una mexicanidad anacrónica 

El concierto de Pepe Aguilar fue un mensaje político al estilo “pan y circo”. Con el regreso a la presencialidad de los festejos patrios, el gobierno de Jalisco se preocupó por traer un espectáculo a la altura de su necesidad de desviar la atención de la sociedad hacia algo frívolo, distraer a un público dispuesto a olvidar los problemas cotidianos relacionados con una deficiente administración gubernamental y una crisis institucional y de los poderes públicos como hacía mucho tiempo no la había, quizás desde la época del viejo PRI. 

Lo curioso es que el concierto en cierta manera trivializó muchos de los problemas que vivimos como sociedad. El mismo cantante aprovechó para dar un mensaje de conformidad a los asistentes. Pedía que no se enfocaran en las cosas malas que ocurren, sino que era el momento de actuar patrióticamente y echarle ganas. 

Es decir, entre líneas pedía no darle tanta importancia a la corrupción, al crimen y a los negocios al amparo del poder político. El mensaje no tuvo tanto eco en la respuesta del público como lo tuvieron sus vítores a las tortas ahogadas, al tequila, al tejuino y a muchos otros elementos accesorios que tienen que ver con la identidad de los tapatíos y de los jaliscienses. Poco le faltó para gritar “que viva el gobernador”, a quien agradeció la oportunidad de traer su espectáculo a Guadalajara en una fecha tan emblemática. 

Yo estuve ahí. No soy de ir a conciertos y hacía años que no asistía a uno, pero en esta ocasión las circunstancias se dieron para estar ahí. Al grito de independencia definitivamente no he ido desde que era niño ni me interesa estar ahí respaldando la arenga del gobernante en turno. Llegué a la Plaza Liberación cuando ya los fuegos artificiales habían pasado y Enrique Alfaro había dado su propio espectáculo en su palacio. 

La verdad es que no hay mucho que celebrar. Nos han acostumbrado a festejar una mexicanidad basada en fábulas que muy poco tienen que ver con los hechos históricos y mucho menos con nuestra vida social. Los funcionarios, el mundo de la farándula y muchas personas del pueblo común aprovechan estas fechas para vestir indumentarias y arreglos de cabello inspirados en la tradición indígena, cuando a los pueblos originarios los mantenemos segregados y relegados de la transformación económica y política. 

Mantenemos idealizada una figura de charro que está ligada más a la figura de los capataces y hacendados de las haciendas, caldo de cultivo de la inconformidad social origen de la guerra de la revolución. Tanto las adelitas como los charros y los soldados revolucionarios que típicamente aparecen por todos lados en las fiestas patrias suelen estar empistolados, contrario a la paz que necesitamos promover en cada acto público y en cada acto gobierno. 

Es anacrónico celebrar momentos mexicanos como el inicio de las guerras de independencia y de revolución, las batallas de Chapultepec y de Puebla, cuando vivimos sumidos en una guerra que se ha prolongado 16 años. Los desfiles militares para mostrar la uniformidad de las fuerzas armadas y su armamento son un evento completamente innecesario y una tradición ya ignominiosa que deberían terminar. 

Se tendría que dar prioridad a atender temas de paz, justicia social, equidad, bienestar que celebrar una militarización cada vez más preocupante, sobre todo pensando que la semana pasada se aprobó legitimarla y extender más años su presencia en la vida cotidiana. Sería el momento apropiado para pensar en una estrategia pública de reflexión de la mexicanidad, dónde estamos y a dónde vamos, más que clavarnos en celebrar revueltas de hace uno o dos siglos. 

Twitter: @levario_j

jl/I