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Cambiar las preguntas y los destinatarios

Guy Debord escribió a mediados de los años 70 del siglo pasado el libro La sociedad del espectáculo y en él dijo que “El espectáculo es el discurso interrumpido que el orden presente hace sobre sí mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia”. A pesar del tiempo transcurrido y de todos los cambios, ¿o retrocesos?, que hemos visto en varias dimensiones del sistema político y económico, ahora globalizada, el dicho del francés, entonces integrante de la Internacional Situacionista, sigue siendo adecuada porque, creo, retrata perfectamente las formas actuales de hacer política de la clase en el poder político y económico, específicamente la mexicana.

¿Qué tiene que ver lo que hace la clase en el poder político y económico con los problemas y necesidades que aquejan y ponen en riesgo la vida de la mayoría de la población, de la que ellos se reclaman representantes y gobernantes? ¿Lo que preocupa a quienes nada tienen es lo mismo que les preocupa a quienes este sistema les ha permitido acumular grandes capitales? Obviamente no soy muy original al plantear estas preguntas. Varios antes que yo, y hace mucho tiempo, las formularon en distintas ocasiones, pero eso no es tan importante como el hecho de que sigue y siga siendo necesario continuar planteándolas.

Durante siglos se nos ha dicho y hemos creído que el Estado, sus instituciones y sus políticas tienen como fin la solución de los problemas, el bienestar y la felicidad de todos. Por un tiempo, cuando se habló de la existencia del Estado benefactor algún sentido tenía dicha afirmación. Sin embargo, hace ya más de medio siglo que eso carece de alguna verdad. Todo se ha descompuesto para las personas que solo tienen sus manos, su fuerza de trabajo, para apenas poder sobrevivir. El sistema ha alcanzado tal desigualdad que la inmensa mayoría de los 8 mil millones de personas que habitamos el mundo (alrededor de 130 en México y 8 en Jalisco) podríamos pasar la vida trabajando, pero ello no significará que nuestra vida será mejor. Lo que caracteriza a este sistema es su oferta de falta de futuro y muchas oportunidades para morir prematuramente.

Es por ello por lo que, desde un posicionamiento político crítico y a contrapelo de la racionalidad sistémica, los pueblos originarios y comunidades rurales y urbanas que se han venido levantando durante las últimas tres décadas en México han esbozado la necesidad de cambiar las preguntas y los destinatarios.

Desde estos sujetos sociales se piensa que es una necedad y un error seguir preguntando y buscando alguna solución entre quienes solo siguen ofreciendo promesas, mientras continúan con sus políticas públicas y proyectos de muerte y destrucción. Por ello se plantean como necesario voltear a verse entre sí y preguntarse mientras caminan juntos haciéndose cargo de su vida; no seguir aceptando a ningún representante que no sea de ellos mismos; no seguir perdiendo tiempo en cuestiones que no son tanto de su interés, sino de los que dominan.

No son cuestiones sencillas porque lo que predomina en el colonialismo del pensamiento y la acción. ¿Cómo hacer lo que hay que hacer sin jerarquizar, sin explotar, despojar ni violentar a las mujeres? ¿Cómo entender que la libertad en sentido estricto es contradictoria al Estado y capital?

En fin, cómo entender que lo nuestro no es el espectáculo que protagoniza la clase del poder político y económico, sino la emergencia del nosotras y nosotros.

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jl/I