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Las marchas feministas

Quienes han pregonado y pugnado por la equidad de género desde hace muchos lustros ven con especial gozo el reciente empoderamiento de tantas mujeres, en especial de aquellas que tienen calidad. Nuestra sociedad tiene todo el derecho a dolerse de tantas que tenían zancas de jinete y, por la ancestral minimización de esta sociedad católica, no lograron ser más que caballerangos. Nótese que uso adrede el masculino que imperaba antaño.

También quisiera decir que a veces no fue fácil en nuestro medio pujar a favor del derecho de las mujeres. Recordarán algunos que, a quienes manifestábamos nuestras ideas en favor del feminismo, lo menos que padecíamos era que se nos acusara de maricones. No fueron pocas las veces que, para quitarnos el estigma, hubo que repartir algunos bofetones y hasta puñetazos o al menos sacudirle el árbol genealógico al machista agresor.

En un sentido me da gusto, pues, tener noticia de tales contingentes de mujeres, de muy diferentes colores y sabores, desfilando enardecidos por las calles de nuestras ciudades. Sin embargo, me provoca una fuerte desilusión y, a veces una gran indignación, saber del salvaje comportamiento de algunas que, por cierto, no pertenecen a los sectores más desfavorecidos.

Un experto en la materia me informaba que la mayoría de los zapatos deportivos que calzaban las manifestantes fluctuaban entre los 6 mil y los 8 mil pesos, y no pocos valían más…

De ahí, por ejemplo, el caso de aquella distinguida señora que registró la televisión hace un año al encararse con una mujer policía espetándole a gritos que para ella no era “más que una gata o una puta”.

¿A qué sentido de equidad respondía el aserto de tan distinguida dama? ¿Al que le da manejar un cochesote que le compró el marido?

Tales personajes incrustados en el movimiento feminista y reclamando un papel protagónico no le hacen ningún favor. Lo mismo que las agresiones gratuitas a edificios públicos y privados que más bien consiguen repugnar a la generalidad de ciudadanos y ciudadanas.

En el caso nuestro, las desagradables huellas que dejaron a lo largo de la avenida Vallarta o de la de Hidalgo en muchos casos permanecerán ahí como un testimonio de un vandalismo gratuito y contraproducente.

Mientras pintarrajeaban la fachada de un sanatorio privado que se llama Bernardette, un cúmulo de mujeres trabajaba en su interior, no sin pasar zozobra, atendiendo enfermos de todos calibres. ¿A qué sentimiento de venganza responde agredir los vidrios y la fachada de la principal oficina de la Universidad de Guadalajara?

Los universitarios de verdad no podemos sino sentirnos duramente ofendidos por el ataque a una de las instituciones a las que más se le debe el progreso de la búsqueda de la equidad de género.

Manifestantes de dicha casa de estudios me comentaron que quienes se encarnizaron en contra de la fachada de la UdeG proceden de universidades privadas. Ello es difícil de sustentar, pero valdría la pena confirmarlo a efecto de que se verifique la hipótesis de que en el feminismo mexicano se está infiltrando un movimiento de clases medias y altas con un fuerte tufillo conservador que, a fin de cuentas, tenderá a entorpecer la lucha a favor de una verdadera equidad de género, además de que favorecer una vuelta al gobierno de la podredumbre que padecimos durante los últimos 20 o 25 años.

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jl/I