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La salvación del tequila

Podemos estar satisfechos de que esa bebida llamada tequila goza de cabal salud y, además de hacerse presente por medio mundo, “poniendo el nombre de México muy en alto”, deja buenas utilidades a sus fabricantes y traficantes. Lo malo es que solo una pequeña parte de ellos son mexicanos.

Jaliscienses fueron quienes, en plena debacle de los años ochenta del siglo 20, se la rifaron para sacarlo adelante.

Eran tiempos en que casi todo el que andaba en el mercado era falso: quiero decir que, apoyándose en una perversa “norma” legal, que no ha sido erradicada aún, se valía colarle 49 por ciento de otros azúcares: es decir, que se pudiera falsificar impune e impúdicamente la ancestral bebida.

Fueron unos cuantos nombres quienes, con sus respectivas armas, dieron la primera batalla para evitar que la industria siguiera degradándose.

Vale reconocer, con tristeza, que la dicha “norma”, llamada cínicamente “de calidad”, sigue vigente, pero tenemos que reconocer que gracias al mercado mismo, una parte del cual sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, el llamado “100%” se ha ido imponiendo y hoy es ya mayoritario entre paladares que no parecen de papel de lija.

Pero hay otro problema por combatir, aunque también está en retirada: la exportación a granel a Estados Unidos que da lugar a marcas norteamericanas que sólo Dios sabe en qué menjurje se convierte cuando con él se llenan a botellas de marcas de la más variada nomenclatura que retacan las góndolas de los supermercados gringos. La que me parece más ofensiva es la que se llama Pancho Villa, siendo que Doroteo Arango no solo era abstemio, sino que incluso combatía el consumo del alcohol. Otros llevan nombres de artistas de ese país y hasta de gente pior.

Gracias a la insistencia de un probo tequilero, que también los hay, de nombre Jaime Orendáin, el presidente Fox ofreció acabar con la exportación de sus botellas, pero su consabida falta de hombría dio lugar a que no cumpliera su palabra.

El caso es que la norma sigue vigente y la exportación a granel también.

No obstante, el tequila bueno sigue ganando terreno como empezó a ocurrir al comenzar los años noventa, poco a poco, gracias a ese grupo que formaron Romo de la Peña, Orendáin, Ruiz Llaguno, Jiménez Vizcarra y otros más, entre quienes se hallaba incluso un historiador y el entonces director de Canal Trece, de apellido Álvarez Lima y sus dos colaboradores estrellas: Carmen Aristegui y Javier Solórzano.

A pesar de que el “mal tequila” sigue existiendo y dañando estómagos, los informes del Consejo Regulador, también hijo de los años noventa, hablan de que la proporción del buen tequila crece constantemente. Sin embargo, como dice el Pípila de Guanajuato: “aún faltan muchas alhóndigas por incendiar”.

Hace poco celebrose el Día del Tequila y puse especial atención a todo lo que decían diversos personajes, para mí absolutamente desconocidos, quienes hablaban como si fueran los dueños de la bebida. Tenía la ilusión de que alguien hiciera al menos una mención de alguno de los miembros de ese grupo que, en verdad, puede decirse que salvó al tequila, pero me quedé con la impresión de que, en su calidad de arrimados al éxito actual, no tienen ni la más pequeña idea de aquella batalla de los noventa ni de otras más… ¿sabrán, por ejemplo, que el dinero del tequila resultó vital para rechazar la Intervención francesa?

De hecho, la falta de interés por la historia misma de la bebida, que es muy interesante, habla de una suerte de analfabetismo de estos personajes “arrimados” recientemente que solo piensan en las “mezclas” que podrán divulgar después de haber superado su crasa ignorancia sobre la apasionante historia de esta bebida llamada tequila.

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jl/I