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El control de la sucesión: México y Jalisco

En términos políticos, pocas cosas son tan importantes para un gobernante como el control de su propia sucesión. En cualquier democracia es una muestra de fortaleza y legitimidad que un mandatario tenga como relevo a alguien de su mismo partido, corriente o grupo. En primer lugar, porque con esto evidencia que hizo las cosas bien y que deja el cargo con la suficiente fuerza para orientar su relevo; en segundo término, porque algunos de sus proyectos o programas de gobierno podrían tener continuidad; y, tercero, y más importante, porque esta es la única forma de protegerse las espaldas una vez que deje el poder.

En México, frente a la evidente debilidad del entramado institucional, ha sido relativamente sencillo construir historias sobre argumentos legales muy cuestionables o de plano inexistentes y llevar a la cárcel o al exilio a personajes que son utilizados como ejemplo de combate a la corrupción y la impunidad. Es decir, meter al bote a colaboradores o a los propios ex gobernantes ha sido una práctica muy socorrida y redituable en los últimos años en nuestro país. Casos para citar sobran.

Ante este panorama es lógico pensar que el presidente y algunos de los gobernadores en la República estén poniendo especial atención y cuidado en los tiempos y mecanismos del proceso de selección de sus posibles sucesores en 2024, máxime que el propio López Obrador y algunos de aquellos ya han mandado a la sombra o al extranjero a uno que otro adversario político o chivo expiatorio. La encomienda es muy clara: se debe dejar al de mayor confianza, no solo en términos institucionales sino también personales.

Ayer, AMLO apresuró a los partidos que conforman su coalición partidista a que tengan lista, a más tardar en julio, la encuesta que servirá para elegir candidato o candidata. La razón principal es el tiempo. El presidente necesita acelerar, aún más, el ritmo de la sucesión para alcanzar a sanar las heridas internas que dejará un proceso que ya pinta para ser de pronóstico reservado y que en los cálculos del mandatario colocará a su preferida, Claudia Sheinbaum, como candidata a la Presidencia de la coalición Morena, PT y Partido Verde.

En el caso de Jalisco las condiciones organizacionales de Movimiento Ciudadano podrían hacer más complejo el proceso, puesto que las reglas del juego le otorgan facultades –en la selección de candidatas y candidatos– a la Coordinación Nacional que ocupa Dante Delgado; sin embargo, los arreglos, pactos y controles que ya trae amarrados Enrique Alfaro con actores locales y con el propio gobierno federal podrían ser la llave que le permita empujar a su candidato, que tendría que salir de la terna formada por Clemente Castañeda, Alberto Esquer y Salvador Zamora.

¿López Obrador tiene el control de su sucesión? Sin duda. Las encuestas más recientes muestran buenos números respecto a su aprobación como presidente, a las preferencias de su coalición en la elección del Estado de México y al posicionamiento de la jefa de Gobierno en relación con el canciller Marcelo Ebrard y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Las matemáticas y el complejo sistema de méritos impuestos en el actual sexenio están de su lado.

¿Enrique Alfaro tiene el control de su sucesión? Sí, siempre y cuando los números se mantengan estables para MC en Jalisco y el mandatario estatal mantenga el control sobre algunos actores electorales que podrían ser clave en junio de 2024. Morena, por su parte, ya se sabe, no trae un buen chofer en el estado, trae marca, pero no un liderazgo que explote de manera eficaz la fuerza electoral del partido.

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