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Enrique Alfaro, construcción de un maximato (II)

Movimiento Ciudadano en Jalisco es indisociable de Enrique Alfaro Ramírez. Es dudoso que hubiera crecido si no es por la impetuosa imagen de este político hábil que supo convencer a muchos activistas y antisistema de que era la opción a los partidos “de siempre”. Nadie le cuestionó haberse formado en el PRI, como no se le cuestiona al presidente Andrés Manuel López Obrador. Como éste, ha vendido la historia de que todo estaba mal y que ahora todo estará mejor porque los honrados, los decididos y los que saben gobernar, están ya en el poder. A su modo, ambos han sido claros: no piensan irse pronto.

Para Alfaro Ramírez, la historia de la democracia mexicana no difiere mucho del diagnóstico de AMLO: fue capturada por las élites, y el hoy presidente representaba la única opción real de devolverla al pueblo. Alfaro lo dijo con claridad meridiana en una entrevista banquetera que dio en febrero, cuando confirmó su creencia de que se le había cometido fraude al mandatario en 2006. Digo creencia porque tanto AMLO como Alfaro carecen de elementos de prueba para semejante afirmación. Todos los expertos serios señalan que la acusación no se sostiene con los datos.

Sin embargo, así como tienen coincidencias en el diagnóstico y los modos, hay diferencias no menores en formas y propósitos. Alfaro es una mezcla de caudillo y tecnócrata, y no rompe con la construcción democrática formal que emanó de las reformas de 1994 y 2007. Eso le permite, hacia afuera de Jalisco, ofrecer un rostro de crítico del modelo populista y de propulsor de la modernización, mientras adentro del estado establece controles férreos sobre instituciones, poderes y partidos; quiere marcar la agenda mediática, ataca a medios y periodistas que lo critican (si hace falta, se sirve de la calumnia, como buen alumno del nativo de Macuspana); asume como obligación los compromisos con grupos empresariales que lo apoyaron (la falta de información sobre los financiamientos de las campañas políticas mantiene allí una opacidad que deja en indefensión a los ciudadanos), y divide en buenos y malos a los grupos ciudadanos organizados (los que lo apoyan y los que no).

Es por eso importante destacar que la novedad que aportó Alfaro en la historia política de Jalisco fue convencer a muchos miembros de grupos civiles y/o antisistema de que él era el cambio, y con él llegarían al poder. La suma de personalidades que estaban en grupos de oposición antipartidistas, los que promovieron el abstencionismo en las campañas de 2012 y los que se oponen al sistema capitalista por oneroso, desigual y contaminante, se mezclan con profesionistas exitosos que migran desde la academia o la empresa.

Francisco Félix Cárdenas realizó la tesis El alfarismo en Jalisco para acceder a grado de maestro en sociología política. Allí menciona a Margarita Sierra, Mario Silva, Patricia Martínez, Fabiola Loya, Mirza Flores, Gabriela Medina, Tzitzi Santillán, Graciela de Obadía, Ana Lidia Sandoval, Esteban Estrada, entre otros, como casos paradigmáticos del barniz ciudadano del alfarismo.

Subraya: “Se plantea una relación de mayor cercanía con la ciudadanía (sic), que se ve reflejada en el hecho de que miembros de la sociedad civil, sin experiencia partidista o política previa, son impulsados para ocupar puestos gubernamentales. Aunque detrás de ello hay un proceso de ‘cooptación de activismo’ que resulta funcional a los intereses del grupo político...”.

En cambio, las personas u organizaciones que deciden quedar fuera del paraíso de la cooptación alfarista lo pagan tarde o temprano si se topan con los intereses del grupo en el poder, como detallaremos en otra entrega.

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