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Marcelo Ebrard versus la cuarta transformación

La política se construye sobre terreno pantanoso. Los cimientos ideológicos y las principales obras de una administración de gobierno muy difícilmente jugarán un papel protagónico en el siguiente trienio o sexenio. Es una condición natural de nuestro sistema y de casi todos: “El rey ha muerto. ¡Viva el rey!”.

La historia nos ha llenado de ejemplos y el capítulo más reciente a nivel federal no nos deja lugar a dudas. Del paquete de grandes reformas, programas y obras de infraestructura de la administración de Enrique Peña Nieto sólo las cenizas quedan; máxime que el sello distintivo del actual régimen fue –desde el primer día– “arrancar de raíz cualquier vestigio de la época neoliberal”.

Evidentemente, AMLO tiene un par de ventajas respecto de Peña Nieto. Mantiene un índice de popularidad muy alto y tiene el control total de su partido, incluidas las cartas más fuertes de la baraja sucesoria que, al parecer, le serán leales hasta el último minuto y “lo cuidarán” durante el próximo gobierno, en caso de ganar la Presidencia. Pero, ojo, el presidente busca garantizar algo más: la continuidad de su proyecto social –la llamada 4T– no sólo el triunfo de Morena en las urnas. Para AMLO, la victoria electoral en 2024 es un medio, no el fin. Y es aquí donde Marcelo Ebrard se está equivocando.

Hace unos días el ex canciller adelantó sus intenciones de crear una Secretaría de la Cuarta Transformación (sic) para guardar y administrar desde ahí el legado de su ex jefe: refinería, tren y aeropuerto incluidos. Le ofreció la posición a Andrés Manuel López Beltrán, hijo del presidente, con la evidente intención de encauzar el fervor lopezobradorista a su favor; este la rechazó.

Pero más allá de la declinación de López junior, está claro que más que una intención de continuidad, lo que está detrás de esta iniciativa es la necesidad de Ebrard de diferenciarse del actual gobierno sin romper con el que manda. Marcelo creyó que era momento de acomodar y etiquetar en un mismo inventario todo lo que contenga la esencia de AMLO.

La medida está calculada desde una lógica muy simple y, desde mi punto vista, errónea: Ebrard está enfocado en conquistar al electorado que no necesariamente simpatiza con la 4T, una estrategia sensata si se tratara de una elección constitucional, pero la situación es otra.

Hacerles guiños a los medios de comunicación críticos de AMLO, a los empresarios y a las clases medias urbanas del país podría interpretarse como una señal de apertura y de flexibilización frente a un país inmerso en la polarización, pero el mensaje para el presidente y, sobre todo, para las huestes morenistas es por demás inoportuno. ¿Por qué motivo los millones de simpatizantes de AMLO y de su 4T pensarían en Marcelo como su primera opción? ¿Qué incentivos tendría el lopezobradorismo para elegir a un candidato que reúne más el perfil que la oposición desea en la Presidencia?

AMLO, por su parte, sigue dando señales de apoyo a Sheinbaum. Con el nombramiento de Luisa María Alcalde como titular de la Secretaría de Gobernación, en sustitución de Adán Augusto López, funcionaria muy cercana a la ex jefa de Gobierno, el presidente deja en claro que en su sexenio las mujeres han tenido un papel protagónico y que son la piedra angular de su proyecto. Baste repasar la lista de gobernadoras y secretarias de Estado empoderadas durante este sexenio.

Así, mientras AMLO sigue construyendo la ruta de la sucesión para garantizar continuidad, Marcelo Ebrard sigue empecinado en transitar por la libre, inventando rutas gastronómicas al estilo Michelin, intentando cautivar a un electorado que detesta a su jefe político y que lo ve como una opción para frenar, desde dentro, la llegada de un gobierno similar al actual.

El error de Ebrard es básico: la gran mayoría de mexicanas y mexicanos no necesita videos simpáticos en TikTok o una guía de restaurantes donde se coma rico. La gente sigue pensando en becas, apoyos y programas sociales, la esencia de la 4T de López Obrador.

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jl/I