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La simulación

Por avenida Patria, entre las avenidas Tepeyac y Mariano Otero, hay seis espectaculares con la foto de Adán Augusto López. Son apenas 2 kilómetros de distancia. Pero no está en campaña.

Por las calles de Guadalajara se pasea la sonrisa del ex canciller Marcelo Ebrard. Su fotografía está plasmada en muchos de los autobuses rojos que transitan por la ciudad. Pero no está en campaña.

Desde hace meses recibo de lunes a viernes en mi correo electrónico personal un mensaje, a veces dos, con propaganda de Claudia Sheinbaum. Pero ella tampoco está en campaña.

Estos tres aspirantes a la Presidencia de México y otros más viajan, participan en mítines, hacen promesas y reparten propaganda, pero no están en campaña. Tampoco se asumen como precandidatos. Dicen que lo que buscan es ser “coordinador de los comités de defensa de la cuarta transformación”.

Una simulación. Todos sabemos que están en campaña para convertirse en candidatos de Morena a la Presidencia de México. Pero como la Constitución establece que “en ningún caso las precampañas excederán las dos terceras partes del tiempo previsto para las campañas electorales”, es decir, que podrían comenzar hasta noviembre, entonces simulan que no son precampañas.

La oposición transita por un camino similar.

La Real Academia define la palabra campaña, en una de sus acepciones, como “período de tiempo en el que se realizan diversas actividades encaminadas a un fin determinado”. En el diccionario de esta institución candidato es la “persona que pretende algo, especialmente un cargo, premio o distinción”.

Es obvio entonces que hay precandidatos que pretenden obtener la candidatura presidencial y que están en campaña. Pero en México basta cambiar un par de palabras para “cumplir con ley”.

Es parte de la cultura nacional. En 2002, hace más de 20 años, Germán Dehesa publicó el libro ¿Cómo nos arreglamos?, prontuario de la corrupción en México. Ahí podemos leer: “Arreglar es crear una regulación. Nuestra Constitución y todas las leyes que de ella emanan son nuestro máximo arreglo. Él nos garantiza la convivencia fluida y nuestra permanencia como nación. Crear reglas instantáneas, personales, solapadas y sin más conveniencia que nuestro interés inmediato es contravenir y atropellar esas reglas generales. Lo maravilloso es que a esto lo llamemos ‘arreglarnos’”.

Más adelante Dehesa añade: “Tendríamos que exigirle a patrulleros, funcionarios y público en general que evitaran este verbo y que, con el fin de expresarnos correctamente, dijeran del siguiente modo: ‘Usted dirá, mi señor, cómo nos desarreglamos’”.

No es un asunto de palabras o exquisiteces lingüísticas. En el fondo lo que hay es el desprecio por la ley de quienes aspiran a ocupar la Presidencia de México, un cargo que, en teoría, implica antes de cualquier cosa “cumplir y hacer cumplir la Constitución”. Así lo prometen quienes asumen este cargo.

Tampoco es un asunto de meros formalismos. Si oficialmente no son precandidatos que desarrollan campañas, la autoridad electoral no tiene facultades para fiscalizar el origen y el destino de sus gastos. Tampoco para otorgarles presupuesto.

¿Cuánto cuestan los espectaculares, los viajes, los mítines, las bardas, los anuncios en los camiones? ¿Quién los paga? Los 5 millones que Morena anunció para cada precandidato son insuficientes para sostener una campaña como la que desarrollan. Impedidos por ley para recibir presupuestos oficiales, deben buscar apoyos extraoficiales. Ahí hay grandes riesgos y tentaciones.

Las campañas adelantadas generan ventajas para quienes las realizan. Así lo hizo en su momento el panista Vicente Fox, así lo hizo también el morenista Andrés Manuel López Obrador y así lo están haciendo quienes aspiran a sucederlo.

Hacer malabares lingüísticos para justificar que no son precandidatos y que no están en campaña es una completa simulación, una de las tantas caras de la corrupción tan arraigada en nuestra cultura.

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jl/I