Leer el recientemente traducido al español ‘Y dejé de llamarte papá’ es una experiencia incómoda en donde hay incredulidad y asco. Hay, también, un alivio extraño, el alivio de que esto no te haya ocurrido a ti.
Hay miedo, porque la historia de horror que estás atestiguando no la protagoniza un monstruo mítico que aparece en los fríos bosques del norte de Europa donde no hay casi gente y hace mucho frío. El monstruo del libro es un hombre corriente, un padre de familia en Francia que un día decidió, según sus propias palabras en el juicio, dejar que su verdadera personalidad tomara el control de sus actos: por diez años drogó a su esposa hasta una inconsciencia cercana al coma y arregló que al menos 70 hombres la violaran mientras dormía.
El libro de Caroline Darian, antes Caroline Pelicot, es el primero que aborda el testimonio de la familia de manera extendida. Pone al victimario, su padre, en un cristal más claro en donde se ven los detalles que lo llevaron a convencerse de hacer lo que hizo. Lo devela como un padre lleno de frustraciones narcisistas, inestabilidad económica y debilidad de carácter.
Cuenta las que entonces creían sutiles manipulaciones de Dominique a Gisèle para convertirlo en el dueño y señor del hogar, de las finanzas, de las decisiones importantes, incluso de la comunicación de Gisèle con sus hijos, sus amigas cercanas y el resto de su comunidad que no pudo protegerla de lo que le ocurría.
El reino de Dominique se había extendido a tal punto que cuando todo esto sucedió, Gisèle no podía desembarazarse de su control. Es apabullante como lector entender esa audacia, cómo incluso al haber sido descubierto, el victimario, el monstruo, el hombre corriente, busca imponer su narrativa, una nueva en donde reparte culpas, donde se pone al centro, donde pide que alguien por favor vea por él y por lo que está pasando.
Caroline se enfoca como autora en mostrar que no se trata de un monstruo inexplicable.
No necesitamos que alguien nos cuente el relato específico de las violaciones para saberlo, no necesitamos que nos diga que se aseguraba de que Gisèle estuviera siempre cerca del coma para que no sintiera, que en el fondo pensaba también en ella, tampoco necesitamos que nos explique como detalle revelador que le pedía a sus cómplices que se calentaran las manos antes de tocar a su mujer inconsciente para que la frialdad no la despertara, no necesitamos saber de su voz cómo lo planeaba, qué pensaba, qué sentía, por qué lo hizo, porque todo eso es trágicamente claro en el testimonio de Caroline. Lo que vemos en sus detalles es que no se trata del ‘Monstruo de Avignon’, como lo nombraron en la prensa sensacionalista, se trata, en efecto, del hombre común, diminuto, frustrado e incapaz que quiso estirar la liga del único poder y control que tuvo jamás. Quiso invitar a otros para atestiguar el único trono que ostentó en su vida y hubiera podido seguir por años. Cuando lo descubrieron y la policía comenzó a investigar, Dominique les dijo que sentía un gran peso liberado de sus hombros.
El libro termina antes de que comiencen los juicios públicos que todos atestiguamos en las redes y en la televisión. No termina con un final feliz pero sí hace algo que desde mi punto de vista, es el trabajo de un libro como este: asegurar que es posible salir de la oscuridad de un hecho como este pero que es necesaria una comunidad y que es posible narrativamente poner el testimonio de las víctimas al centro.
El libro se publicó en México y España en la editorial Seix Barral.
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