Lo que ocurre después de la violencia muchas veces es indeleble. Porque lo que ocurre cuando una es víctima es que el horizonte de la justicia que plantea la ley parece un pozo sin fondo en el que no se ve la luz jamás.
Esta semana, la librería U-tópicas –que el año pasado comenzó a editar sus propios títulos– publicó por primera vez en México, después de su estreno en España, el libro ‘Comparecencia (in)voluntaria’, de la autora mexicana Marisol García Walls. Un libro que bien podría ser también una pieza de museo. Un relato del tiempo en el que vivimos y de las formas en las que lo atravesamos.
Es un libro de no ficción creativa que entrelaza ensayo, testimonio personal y una intervención visual del archivo burocrático. La autora parte del asalto violento que sufrió junto con su madre y su hermana en 2009, y del proceso de denunciar ante el Ministerio Público, para explorar dos niveles de violencia: la violencia física que se recibe sobre el cuerpo y que deja marcas, y, por otro lado, la violencia burocrática del Estado, que perpetúa el abuso, lo permite porque no lo sanciona, lo extiende y lo renueva constantemente.
En una denuncia brillante, Marisol retoma los archivos de ese proceso y los interviene. Anota cómo las declaraciones que hicieron los trabajadores de ese sistema de justicia indiferente –que la trató sin cuidado– usaron palabras distintas a las que ella emplea para describir ese momento traumático, e indagaron en detalles específicos y revictimizantes con la excusa de que solo así, en ese lenguaje frío y distante, habría posibilidad de acercarse a la justicia. Esta, por supuesto, no ha llegado.
Esta contestación es importante.
Esta forma de contar algo suyo, algo que ningún legajo judicial podría narrar mejor que ella, ocurrió solo cuando Marisol se sintió lista para narrarlo, escribirlo y luego publicarlo. Tomó el tiempo que tuvo que tomar. Y fue ella misma quien, al tener acceso a los archivos de su caso –en especial a esa primera declaración–, retomó su voz y sustituyó los errores, las omisiones y, en algunos casos, las palabras incorrectas para detallar su experiencia: no solo la del hecho en sí mismo, sino todo lo que vino después.
En ese acto determinante de recuperar la voz propia, no añorando que la justicia en términos del sistema llegue, sino casi renunciando a ella, hace un ensayo sobre la imposibilidad de esa misma justicia.
La violencia no solo rompe el cuerpo: también detiene el tiempo y transforma la memoria. Cuando la autora decide narrar lo ocurrido así, aquí, renunciando a la relatoría cronológica y detallada, haciéndolo quince años después, emprende un acto de recuperación de la palabra y de agencia sobre su propia historia.
Es un ejercicio que solo es posible a través de la palabra. Un ejercicio, en su base, de pura creatividad.
Estoy consciente de que decir esto es terrible. La violencia no debería ocurrir y, por lo tanto, no debería ser motor de un proceso creativo capaz de producir algo tan bello como este libro.
Pero lo cierto es que también es una contestación colectiva, porque la violencia nos ocurre a todas todo el tiempo. En México hemos aprendido no solo a convivir con ella sino a sobrevivirla, a encontrar maneras nuestras para traspasar la parálisis y el miedo y, con nuestras herramientas, oponernos a ella: las madres buscadoras, los grupos colectivos de padres que perdieron a sus bebés
‘Comparecencia (in)voluntaria’ puede comprarse en U-Tópicas. Hacen envíos internacionales.
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