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El diálogo que necesitamos

A veces me pregunto si será normal para todos platicar de personas que murieron asesinadas. Yo empecé como reportero policial desde hace 11 años, pero mis conversaciones no suelen tratarse de eso en lo cotidiano. Casi no hablo de ese tipo de temas con las personas que conozco. Más allá del círculo laboral, esos asuntos no son algo de lo que yo empiece a hablar con los demás. Pero cada vez es más común que hablen de ello mis familiares y amistades, conmigo o entre sí. 

El sábado alguien en mi casa empezó a hablar de una persona cuyo asesinato parecía algo previsible desde hacía años. Explicó que era conocido en su colonia por el tipo de amistades peligrosas que tenía, actividades ilícitas y actitud alzada. A nadie tomó por sorpresa. El cadáver, fueron y lo dejaron afuera de su casa. El comentario coincidente de quienes participaban en la conversación fue que qué bueno que lo dejaron ahí, así, aunque sea su familia no iba a tener la mortificación de tenerlo desaparecido y no saber dónde estaba. Ya lo peor no es que lo maten a uno, se ha convertido en algo terriblemente común. Lo peor es la desaparición de personas. 

La semana pasada concluyó la visita del Comité contra la Desaparición Forzada de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en México, que se ha convertido en el país con el mayor problema de ese tipo a nivel mundial, más todavía que países con guerras activas y otros con severos conflictos y con personas desplazadas. Aquí, las desapariciones no las comete el Estado, pero se realizan sistemáticamente ante la evidente derrota del Estado. 

Las conclusiones del comité destacaron la casi absoluta impunidad de quienes cometen esos crímenes y su explicación está en que las instituciones del Estado mexicano permanecen pasivas. No se investiga diligentemente para encontrar a las víctimas ni para castigar a los responsables. No se garantiza la reparación integral del daño. No hay acciones en contra de las causas profundas de las desapariciones. En su diagnóstico, el comité menciona que el enfoque de seguridad para atender la situación ni siquiera es el adecuado. 

Las familias de las personas desaparecidas veían en esta visita una esperanza de que algo pudiera cambiar con la participación de un organismo internacional tan relevante en nuestro país para hacer observaciones acerca del problema. Participaron personas buscadoras de todo México para exponer la perspectiva de las familias que han sufrido el estigma de las desapariciones y fueron escuchadas por los altos funcionarios internacionales. 

Para el comité es importante que México haya aceptado la visita, primera realizada por el órgano internacional en un país en cumplimiento de sus atribuciones porque muestra disposición, pero la sola disposición no será suficiente. El informe del comité será discutido el próximo año en su período de sesiones en Ginebra, lo que dará como resultado recomendaciones para atender el problema. 

Así como hablamos ya cotidianamente de los asesinatos y las desapariciones, también sería fundamental convertir en una conversación habitual la paz, la forma en que activamente como sociedad iremos construyendo comunidades armónicas, los deseos de una vida digna y tranquila en sustitución de las charlas de miedo y zozobra. 

En todo ello es fundamental que los gobiernos federal y locales propicien una apertura total de la información para entender profundamente el problema, que pueda ser analizada y discutida ampliamente, a diferencia de la apertura forzada a que los obliga la transparencia. Y, además, propiciar en las instituciones el diálogo con más ahínco que consultas absurdas y demagogas. 

Twitter: @levario_j

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