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El bosque invadido de Nixticuil

Al norponiente de la ciudad persiste y resiste un bosque primario, cuyo ecosistema está cada vez en mayor riesgo ante el voraz crecimiento de la ciudad, empujado por mafias inmobiliarias, gobiernos corruptos y ciudadanía desinformada que financia la destrucción.

El bosque El Nixticuil toma su nombre de un gusanito blanco bastante común en la zona, que en realidad es la larva de un futuro escarabajo.

A este bosque se le llama primario porque ya estaba ahí antes de la llegada y destrucción de la humanidad a la zona, a diferencia de espacios como el bosque de El Centinela o Colomos, que son inducidos, pues sus árboles, la mayoría de especies exóticas, fueron plantados por personas y no producto de la evolución y la historia natural.

Aunque el valor ambiental del bosque El Nixticuil es previo a la fundación de Guadalajara y al surgimiento de civilizaciones originarias del occidente de México, el reconocimiento y protección para ese espacio natural apenas se concretó en 2008.

Además del bosque, el área protegida abarca también la zona conocida como El Diente, muy concurrida por escaladores y deportistas, así como la sierra de San Esteban.

El decreto de protección comprende mil 591 hectáreas, con parte de lo que queda del bosque El Nixticuil, pues muchas hectáreas forestales fueron excluidas sin justificación del polígono de protección.

Existen invasiones claras dentro del área natural protegida, como la que documentamos en este diario el pasado 5 de enero, sobre casi media hectárea del espacio conocido como Zona Forestal Zapopan, donde el fraccionamiento La Cima bardeó y construyó una casa club con canchas deportivas para el uso exclusivo de sus habitantes.

Pero la mayor amenaza son las áreas boscosas que quedaron fuera del polígono de protección y que están condenadas a desaparecer ante las omisiones del gobierno municipal.

Un ejemplo emblemático es lo que ocurre sobre avenida Guadalajara. Entre avenida Las Torres y Valle de los Imperios, a cada lado hay predios con cañadas repletas de encinos adultos y con arroyos y cauces. Nadie con dos ojos, dos dedos de frente y que camine por ahí tendría duda respecto a que son predios forestales, es bosque.

Pero inexplicablemente fueron excluidos del área natural protegida. La Comisión Nacional Forestal y el Inegi, en sus cartas forestales e hidrográficas, reconocen los predios como bosque atravesado por cauces de agua naturales.

Pero ni eso ni la resistencia de colectivos vecinales que defienden el bosque han conseguido frenar la destrucción.

Vale más el poder, contactos y dinero de empresas inmobiliarias como Tierra y Armonía o GIG, que se aliaron para construir más fraccionamientos en una zona colapsada vialmente, sin agua suficiente para sus habitantes y sin tratamiento para las descargas que van a contaminar el río Blanco.

Cientos de árboles adultos talados, fauna expulsada de su hábitat para edificar viviendas nada sustentables que se venden, paradójicamente, con publicidad que ofrece irse a vivir al bosque a sus futuros habitantes. Los clientes, lamentablemente, muchas veces no se enteran que el bosque prometido está en vías de desaparecer, y que con su compra están financiando la destrucción presente y futura de ese ecosistema.

El problema mayúsculo es que la primera autoridad que debería sancionar estas invasiones y ecocidios, el municipio, es la primera en poner el mal ejemplo.

Ahí está en obra negra el taller de maquinaria que comenzó a construir el gobierno municipal en la misma avenida Guadalajara, invadiendo un arroyo que nace en el bosque y para lo cual talaron 12 árboles adultos y destruyeron una cañada con uso de suelo de conservación ecológica por sus actividades silvestres.

La obra municipal se convirtió en una puerta abierta para que siga la destrucción del bosque.

Twitter: @jcrtoral

jl/I