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Emoción y percepción contra verdad. ¿A quién le beneficia?

En el curso de la segunda mitad del siglo 20, durante el desarrollo posterior a la Segunda Guerra Mundial, se fueron generando condiciones diferentes de evolución social, cultural, política y económica. Las sociedades se desprendían, sin establecerlo específicamente, de manera progresiva, de las condiciones y características que identificaban las relaciones sociales del siglo 19. De esta forma, la transformación tecnológica, producto de las nuevas condiciones del comercio y la economía en general, propició la evolución del universo comunicacional y con ello la transformación del entramado de intercambio de relaciones entre personas.

Diversos autores nos dan cuenta de ello (Mattelart, Habermas, Thompson, Castells) y el universo simbólico, con mejores condiciones de plataformas económicas y técnicas, fue dando lugar a una expansión de los significados sociales en condiciones diferentes de las que habían prevalecido antes de las dos guerras mundiales.

La participación de los ciudadanos en los circuitos de intercambios simbólicos progresó de forma significativa y su papel en el mundo social, cultural y político generó una intervención social y política progresivamente mayor. Ciertamente, la mediación de los consorcios de información y comunicación desempeñó un papel importante en la consolidación controlada de las tecnologías de comunicación, pero la expansión del uso de la información en términos sociales palpablemente se transformó dando como consecuencia un papel de mayor participación ciudadana en el uso de la información. Comunicación y política tuvieron enlaces que generaron condiciones de una participación ciudadana de mayor calidad y nuevas formas de interpretar la dimensión de ciudadanía.

El desempeño de los gobiernos en este escenario no ha evolucionado con la misma rapidez y calidad. El siglo 21 ha sido prolífico en ejemplos de los desfases que han tenido lugar entre ciudadanías y gobierno. Por mencionar algunos, la Primavera Árabe, la separación del Reino Unido del Brexit y otros.

En los nuevos escenarios de participación ciudadana y política se encuentran no solamente los nuevos insumos de comunicación, sino una transformación de los circuitos de participación ciudadana, de desfase entre gobiernos y gobernados, nuevas características de la economía y una población con características distintas de los modelos sobre los que recae la articulación de un sentido distinto de participación social.

Frente a estos retos, los esquemas de gobierno han adoptado fórmulas nuevas de comunicación con la ciudadanía con la generación de la duda. Una buena parte de las nuevas formas discursivas se concentran más en las emociones que en la racionalidad, un esquema que identifica al gobierno como parte de las expectativas ciudadanas, en las que el gobierno se identifica con una lucha ciudadana contra la inequidad. En este caso, la percepción y no la certidumbre o verdad forman parte de una estructurada emisión de mensajes. Se pierde la evidencia y se promueve la emoción. ¿A quién le beneficia una noción alterna de la verdad?

En México y en nuestro espacio local, estamos dentro de la zona de la llamada posverdad que, en 2016, post-truth la adoptó como término descriptivo de una nueva dimensión social el Diccionario de Oxford.

Tenemos una arremetida constante de las entidades de gobierno generando una falta de certidumbre y verificación de los contenidos de lo que se dice. Se ha transformado el ámbito de los hechos y las pruebas por una amplia zona de opiniones. Según parece, las entidades que mejor puedan controlar los nuevos flujos comunicacionales tendrán, temporalmente, hegemonías considerables. Sin embargo, ¿estaremos dispuestos a eliminar la certidumbre por la percepción? ¿A quién le conviene este esquema de comunicación política?

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jl/I