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Alfaro y el cuento de la ecología

A propósito de la pomposa y vacía “refundación” de Jalisco que Enrique Alfaro nos quiso vender, para ostentarse, de forma similar a Andrés Manuel López Obrador, en una especie de “padre de la matria” jalisciense, tuvo una oportunidad que dejó ir: replantear realmente el desarrollo del estado bajo las premisas de la sostenibilidad ambiental. 

Eso habría implicado hacer algunas cosas que, en sus momentos de aparente enfrentamiento con el gobierno federal, le habrían servido para replantear el pacto federal y no esa sinrazón de romper el orden fiscal, en que parecía pretender más dinero sin cobrar impuestos y sin atender la necesaria solidaridad hacia otros estados de un país con grandes desniveles. No, replantearlo desde lo ambiental es replantear todo: exigir competencias que hoy mantiene el gobierno central (ese ente mostrenco que se dice “gobierno federal”) como la inspección y vigilancia de bosques, de flora y fauna, de agua, donde se dan ahora los problemas más serios de destrucción del patrimonio. 

Uno de los numerosos efectos perniciosos del lopezobradorismo es el debilitamiento del sector ambiental. Y en particular, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), que de por sí ya arrastraba un lamentable historial de bajos presupuestos y de solo intervenir en casos de denuncias mediáticas… siempre que el crimen organizado, el verdadero amo y señor de gran parte de los territorios, lo tomara a bien. Una Proepa con atribuciones amplias era la única respuesta a ese deterioro institucional. 

Pero había también otros espacios de oportunidad que apenas avanzaron tímidamente. Por ejemplo, el primer estado agropecuario del país necesita replantear las reglas de producción de su agricultura y ganadería. Las escuelas de campo se multiplican, y afectan ya la vida de decenas, algunos cientos de campesinos. Pero tenemos cientos de miles de productores presos de los modelos del monocultivo, que, por otro lado, no debe ser extirpado, sino enseñado a coexistir con un ambiente que en algunos sitios es escaso de agua y de tierra, y que debe internalizar sus costos ambientales. La contaminación difusa de estas actividades es uno de los grandes desafíos de la entidad. 

Y ¿por qué este sistema económico, y otros como las ciudades pujantes en comercio e industria, no cambia sus relaciones con los proveedores de bienes y servicios ambientales? Allí se dejó ir una valiosa oportunidad de crear sistemas de pago de servicios ambientales que convirtieran a los precarios dueños de bosques, selvas y pastizales naturales, en verdaderos agentes de la conservación. Hoy se les dan limosnas (los 27 millones de pesos para La Primavera se acercan a esa definición) y se mantiene el activismo antiambiental de muchos dueños que se sienten despojados y utilizados por decisiones de personas que no pagan en su patrimonio las consecuencias. 

Esto también habría dado oportunidad a zonas de alta productividad agrícola de las que Guadalajara dependerá de forma vital en el contexto de un mundo cambiante por la crisis ambiental global. Que valles como Tesistán o Toluquilla no dejen la producción agrícola, dado que son altos productores de alimentos; que sean protegidos Tala-Ameca, la Ciénega, Zapotlán y Autlán-El Grullo, junto con las áreas silvestres, es asegurar el futuro de Guadalajara y otras urbes. Mantener estos espacios productivos debe ser financiado por mecanismos diversos. Una ciudad que produce más de 55 mil millones de dólares anuales, un producto interno bruto que rebasa holgadamente al de países enteros de Centroamérica o Sudamérica como Nicaragua, El Salvador, Costa Rica o Bolivia. ¿No tenemos acaso allí la palanca para volver a equilibrar la relación campo-ciudad y que no se tiren a la coladera millones de dólares en bienes como carbono capturado, temperatura, agua, biodiversidad? 

Por eso la “refundación” es una mentira más. Un estado que aporta menos de un tercio de punto porcentual de su enorme presupuesto a su Secretaría de Medio Ambiente no puede estar realmente interesado en resolver la crisis ambiental. Es un cuento. Y no es genial. 

Twitter: @agdelcastillo

jl/I