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Violencia gratuita

La primera vez que lo vi me sorprendió. Creí que se trataba de algo excepcional, pero cada vez son más los minibuses y los camiones que llevan en sus llantas birlos con picos. A las tuercas que sostienen las ruedas les añaden los filosos metales para dañar a quien tenga la mala fortuna de acercarse a ellos. 

Esta imagen tan cotidiana es una clara metáfora de una sociedad en el que la agresión gana terreno a la amabilidad. El gusto por la violencia gratuita se acentúa y atraviesa los más diversos ámbitos de nuestras vidas. Lo vemos desde en los insultos en las redes sociales, en el maltrato a animales y los martillazos en las manifestaciones hasta en la violencia intrafamiliar, los jóvenes que por diversión agreden a las personas y quienes destazan cuerpos humanos con toda tranquilidad. 

Recientemente se dieron a conocer dos casos que ilustran el placer que genera en los agresores dañar a los demás. 

Cuatro jóvenes agredieron sin más motivo que su diversión a un señor en el Centro de Guadalajara. Uno de ellos se detuvo frente a él y le propinó tres golpes en el rostro que lo dejaron inconsciente. Otro grabó los hechos para presumir su violencia. 

Lo hicieron sólo por gusto y porque en las redes sociales hay gente que les festeja dañar y humillar a otras personas. Ya están libres. 

Durante las últimas semanas en Zacatecas han aparecido colgados de puentes y árboles los cuerpos de 18 hombres, entre ellos los de un señor de 77 años y un joven de 15. Las autoridades atribuyen los hechos a las disputas entre grupos de narcotraficantes por el control de las rutas. A los asesinos no les basta matar a sus rivales, sino que también los exhiben así. 

En agosto pasado, un grupo de jóvenes que se nombra Las Chiquirrucas le ofrecieron 500 pesos a un hombre necesitado de ayuda a cambio de que se dejara tocar los genitales. Lo grabaron en video y lo difundieron en sus redes sociales. Se burlaron de la víctima y, entre risas, señalaron orgullosos que el billete con el que le pagaron era falso. Con una disculpa y otro billete sortearon el problema. 

El 28 de septiembre en la Ciudad de México, durante la marcha por el Día de Acción Global por el acceso al Aborto Legal y Seguro, una mujer encapuchada golpeó sin motivo a una mujer policía. Sus compañeras festejaron la agresión y se burlaron de la oficial. Otra manifestante le propinó seis martillazos al escudo de una agente antes de derribarla; 27 mujeres policías fueron lesionadas. 

En otra marcha, en Guadalajara, un joven prendió fuego a un policía que conversaba con un compañero. 

Los casos mencionados son solamente una pequeña muestra de lo que ocurre día tras día en la ciudad y el país. No son casos aislados; forman parte de una manera de proceder que se extiende cada vez más en medio de una impunidad generalizada. 

Son, por supuesto, de distinta escala. No es lo mismo insultar a alguien en una red social que disolver en ácido a una persona. Sin embargo, hay un hilo conductor que los une; la violencia contra los otros como una manera de autoafirmación. 

Los que golpean al anciano, las que agreden sin motivo a las policías, los que insultan en Internet o quienes amenazan con picos de metal en las llantas a los demás, se sienten poderosos, se saben intocables, se creen superiores y gozan haciendo gala de su agresividad. 

La espiral de violencia crece sin que nos pronunciemos contra ella. A veces, incluso, se justifica. La vemos con normalidad y cada vez nos resulta más indiferente. Requerimos con urgencia actuar en favor de la paz. 

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jl/i