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Ganar perdiendo, la apuesta de AMLO

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene una sola encomienda en su agenda para lo que resta de la administración: dejar sucesora o sucesor. A dos años de las elecciones presidenciales es evidente que todos los esfuerzos, decisiones y acuerdos que tome de aquí en adelante estarán orientados a cumplir ese objetivo. Sin embargo, hoy las oportunidades del presidente están más acotadas que nunca. Y es que tiene que lidiar, por un lado, con una administración federal aletargada y dispersa que no presenta grandes resultados y, por otro, con una oposición resucitada. A su favor, sigue jugando la alta calificación y aprobación personal. 

El presidente y sus opositores tendrán en la discusión y votación de las dos grandes reformas pendientes de este sexenio la posibilidad de medir fuerza, mostrar músculo y, sobre todo, ganar o perder adeptos de cara a la madre de todas las elecciones. 

Hace apenas dos semanas la alianza opositora compuesta por el PAN, el PRI y el PRD, celebró eufórica la muerte de la reforma eléctrica impulsada por el presidente y desplegó una enorme campaña de júbilo en medios digitales y tradicionales. El festejo parece justo, considerando los magros resultados que han tenido en materia política, electoral y de percepción ciudadana desde 2018. 

Por su parte, Morena y sus aliados se lamentaban por no poder cumplirle al presidente con la reforma estructural más importante de su sexenio. Ante la imposibilidad de alcanzar las dos terceras partes de los votos en la Cámara de Diputados –tal como lo establece la propia Constitución–, el fracaso de los “operadores” se hizo evidente y fue tan real que los cuestionamientos a Mario Delgado, el líder nacional de Morena, e Ignacio Mier Velazco, el coordinador de los diputados federales, escalaron rápidamente. Las razones de la derrota fueron muy simples: faltó sensibilidad política y sobró soberbia. 

Si bien, el pasaje de la reforma eléctrica evidenció el desinterés del inquilino de Palacio Nacional para dialogar, pactar y acordar con sus adversarios, esto no quiere decir que AMLO haya perdido el interés de hacer política, a su estilo. El plan electoral de Andrés Manuel López Obrador rumbo a 2024 tiene lista una poderosa carta: la reforma electoral. 

La propuesta enviada por AMLO a la Cámara de Diputados contempla la modificación de 18 artículos de la Constitución y con ellos la recomposición estructural del INE, la modificación de los criterios de financiamiento público a los partidos políticos, la desaparición de la representación proporcional y de los organismos públicos locales electorales (OPLES), así como la modificación del método de selección de consejeros electorales, entre las más importantes y vistosas. 

El escenario de la discusión y votación parlamentaria se puede anticipar con certeza: no pasará, pero el contenido de la propuesta de reforma electoral será utilizado de manera política por AMLO y su partido a sabiendas de que muy difícilmente logrará las dos terceras partes de la votación requerida en la Cámara de Diputados, tal como ocurrió con la reforma eléctrica. La diferencia es que la reforma electoral embona perfectamente con el discurso de AMLO: decirle a la ciudadanía que se le quiere quitar dinero a los partidos, que su gobierno quiere evitar que se dilapiden recursos públicos en organismos inútiles y que nos merecemos elegir democráticamente a los consejeros electorales suena mucho más atractivo que “defender al INE”. 

El titular del Ejecutivo volverá a jugar para la tribuna y en esta ocasión es muy probable que gane políticamente, aun perdiendo la votación en la cámara. Ayer mismo afirmó que su propuesta busca básicamente hacer “más barata la democracia en nuestro país”. Sí, abaratar la democracia será un argumento muy difícil de combatir para los partidos políticos que, por cierto, gozan de una pésima fama pública. 

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