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Enseñanzas de Mezcala

La vista del lago de Chapala desde la cima del cerro El Pandillo es espectacular. Al mirar el verde de los cerros y el azul del cielo que se funde con su reflejo en el agua uno comprende por qué la comunidad indígena de Mezcala considera sagrados muchos sitios de esta sierra que se alza junto a su población, en el municipio de Poncitlán. Y también se entiende, sin justificar, por qué ese lugar fue elegido por el empresario tapatío Guillermo Moreno Ibarra para construir un rancho sobre tierras que no eran suyas.

Ese lugar privilegiado, maravilla de la naturaleza, regresó a sus poseedores originarios el 4 de octubre, fecha marcada como histórica para la gente de Mezcala.

Sentado en una sombrita, don Julián, de 93 años, nos recordó cómo empezó la historia. Un grupo de comuneros, entre los que estaba don Julián, subió a la punta del cerro en 1999 para exigir una explicación a un sujeto de fuera que comenzó a construir una vivienda. Le explicaron que estaba sobre tierras comunales. El invasor, Guillermo Moreno Ibarra, alegó haber comprado los terrenos sin mostrar ningún papel. Don Julián le advirtió que se estaba apropiando de algo que no era suyo y le recomendó agarrar sus cosas e irse a robar a otra parte. Tuvieron que pasar 23 años para que las palabras de don Julián se hicieran realidad.

El final lo conocemos: la justicia mexicana terminó por reconocer que Moreno Ibarra invadió las tierras de Mezcala. Tierras de las que son posesionarios desde tiempos ancestrales, que fueron reconocidas en el siglo 16 por la Corona española en un Título Primordial, y que el Estado mexicano reconoció en 1971 como bienes comunales de Mezcala.

Pero durante los 23 años de invasión, Moreno Ibarra corrompió autoridades alargar los juicios agrarios.

Consiguió que comuneros fueran procesados por supuestos delitos como secuestro, robo y daños. Desvió cauces para acaparar el agua. Taló zonas boscosas para crecer el rancho, construir establos y crear represas artificiales. Contrató sujetos armados para agredir e intimidar a la población que se acercara.

Durante años, la comunidad de Mezcala denunció estos atropellos, mientras resistía y esperaba una justicia que tardó en llegar. Hubo integrantes de la comunidad que no vivieron lo suficiente para ver recuperado el territorio invadido.

Pero a lo largo de la lucha, la comunidad también comenzó procesos para conectarse con otros pueblos afectados por despojos e injusticias. Crearon lazos. Recuperaron palabras de su lengua coca, arrebatada durante la Conquista. Hicieron ejercicios de memoria histórica para compartir leyendas sobre su entorno y cosmovisión. Reforzaron sus tradiciones y las conexiones con el ecosistema que les rodea y les hace ser lo que son: un pueblo originario vivo y en evolución.

El martes pasado, don Julián volvió a pisar la cima de El Pandillo. Ahora su comunidad se prepara para transformar lo que fue un sitio de lujos y disfrute privado en un lugar de enseñanza. Una universidad comunitaria para las nuevas generaciones.

La resistencia y lucha de este pueblo indígena no sólo deja enseñanzas a sus integrantes. También al resto de agrupaciones, colectivos, vecinas y vecinos que en las zonas rurales o en la ciudad resisten frente al despojo.

Luchas como las de la gente de Juanacatlán, El Salto, Tololotlán o Puente Grande, que resisten frente a la depredación y contaminación del río Santiago y buscan recuperar esa fuente de vida. Para los colectivos que defienden bosques como La Primavera o El Nixticuil, los mantos acuíferos de Santa Cruz de las Flores o el volcán de Totoltepec, en Tlajomulco. Y para los vecinos que se organizan para rechazar el despojo de áreas verdes en zonas de la ciudad como Arboledas del Sur, San Rafael, Huentitán o el cerro del Cuatro.

Las enseñanzas de Mezcala, de lucha y colectividad, de crear lazos, de mantener su memoria histórica y de no claudicar dan un respiro a la gente que en Jalisco o en otras partes del mundo sigue resistiendo contra el despojo de unos cuantos invasores.

@jcrtoral 

JB