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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Si bien, la elección por voto popular de personas juzgadoras, magistradas y ministras no garantiza por sí sola el exorcismo de los demonios que han atormentado históricamente al sistema judicial mexicano –ni mucho menos a su siniestra compañera, la procuración de justicia–, sí se abre una puerta a algo importante y necesario: un mayor escrutinio público.
Durante décadas, el Poder Judicial fue reducto de algunos personajes que preferían operar desde las sombras. Que se resistían a la crítica respecto a las prácticas de corrupción, nepotismo, impunidad y excesos. La idea es que eso termine. ¿Si no, entonces para qué la reforma?
Es así como ahora tendremos un Poder Judicial más observado. La ciudadanía y los medios están ya vigilando con lupa a quienes ocupan estos cargos, lo hemos visto, desde antes de que rindieran protesta, sobre todo en redes sociales, donde ya han comenzado a cuestionar parentescos, trayectorias o afinidades políticas.
Además, por todo lo que se pregonó a los cuatro vientos como justificación de la reforma, este nuevo Poder Judicial no solo carga con el peso de la expectativa, sino que tiene una vara ética más alta que nunca.
Y en ese entendido, los nuevos juzgadores también tienen una obligación muy alta: honrar el espíritu de la ley. No solo su letra. Y es que esa literacidad jurídica a ultranza en ocasiones ha sido más un pretexto para justificar sentencias que traicionan el sentido de justicia.
En Jalisco, por ejemplo, los medios y los actores políticos han alzado la voz contra casos en el Tribunal de Justicia Administrativa, donde el formalismo ha permitido que desarrollos inmobiliarios destruyan áreas verdes. O en el derecho penal abundan los errores procesales (que también tienen que ver con las agencias del Ministerio Público) que terminan con la liberación de responsables de delitos graves.
La interpretación del derecho a rajatabla ignora el mandato del artículo 1 constitucional, que obliga a aplicar la ley en favor de las personas y de la colectividad, y sepulta el espíritu de la ley. Que yo sepa, las normas no fueron hechas para dañar, sino para proteger.
Es así que el nuevo Poder Judicial debe entender que su legitimidad no proviene únicamente del voto, sino que debe demostrar que va a servir con integridad, independencia y sensibilidad social. Tal y como lo prometió el nuevo presidente de la Suprema Corte, Hugo Aguilar, en su toma de posesión.
La reforma judicial ha sido una apuesta arriesgada. Única en su tipo a nivel mundial. Solo tendrá sentido si se aprovecha la histórica oportunidad para dignificar el oficio de juzgar. Si así ocurre, entonces habrá valido la pena.
Si pasa lo contrario no solo se derrumbará la narrativa de la reforma como panacea, sino que tendría un efecto aún más grave: una terrible decepción que profundizaría la de por si aguda desconfianza que la sociedad mexicana tiene en las instituciones.
*El autor es investigador de la UdeG
X: @julio_rios
jl/I