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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
El escándalo por la red de contrabando de combustibles, que involucra a altos mandos de la Secretaría de Marina, funcionarios de aduanas, empresarios y políticos, ha sido una auténtica sacudida, porque toca a la institución con mejor percepción ciudadana, pero sobre todo porque demuestra que la corrupción es un fenómeno sistémico y no cuestión de pureza o bondad.
En la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Pública 2023, la Marina registró 19.7 por ciento de percepción de corrupción, la mejor evaluada entre 10 instituciones analizadas.
El estrepitoso asunto además de pegarle a la credibilidad de “la institución más querida de México” (como la describió en el acto del 16 de septiembre el titular la Marina mexicana, almirante Raymundo Pedro Morales) también derrumba una de las conocidas máximas de López Obrador, quien llegó a afirmar –palabras más, palabras menos– que la corrupción desaparecía solo con el ejemplo del presidente de la República.
Recordemos que el mandatario traspasó a la Sedena y a la Marina, además de sus funciones tradicionales, otras labores civiles estratégicas durante su sexenio, bajo el argumento de combatir la corrupción y garantizar eficiencia. En el caso de la Marina, entre otras tareas, les concedió la administración y vigilancia de puertos marítimos y aduanas, que antes estaban bajo la Secretaría de Hacienda. El principal argumento fue la incorruptibilidad de la Marina.
Si bien las conductas negativas no deben bastar para deshonrar a una institución completa, las acciones positivas individuales, por sí solas, tampoco son suficientes como para confiar en ella con ojos cerrados. El gran problema de México es que el sistema está diseñado para corromper a quien sea. Por eso el combate a la corrupción no es cuestión de puros e inmaculados. No se resuelve colocando a arcángeles o querubines al frente de una institución.
Sin controles efectivos y mecanismos de supervisión trazables y evaluables, cualquiera podría ser devorado por esa implacable maquinaria. Ya sea que sus esfuerzos individuales se difuminen, o peor aún, que sea obligado o seducido para unirse a esas redes de desfalco.
Muchos lamentan que la anterior administración desmanteló al Sistema Nacional Anticorrupción, que supuestamente tenía ese enfoque. Aunque en honor a la verdad, tampoco fue la panacea que se presumía con bombo y platillo. Las fiscalías anticorrupción (tenemos el caso de Jalisco) solo agarran charalitos y escasos peces gordos.
La corrupción se combate estableciendo filtros, inteligencia gubernamental, herramientas en línea, mejoras regulatorias, mucha transparencia y políticas claras que inhiban o reduzcan la probabilidad de corromperse y corromper. Y por supuesto, escarmientos a quien se atreva a tocar el erario. Aunque algunas reformas parecen ir en sentido contrario a lo enlistado, aún hay cierto margen de maniobra para reencausar el camino.
No es solo cuestión de que lleguen los más castos a los gobiernos, se requiere que las condiciones estructurales sean lo suficientemente sólidas para que, llegue quien llegue, no pueda cometer actos de corrupción. Y si se atreve, que le cueste muy caro.
*Investigador de la UdeG
X: @julio_rios
jl/I