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Cambios y nómina

Cada gobernante llega a su cargo creyendo que puede tener una administración eficiente. Para ello, se modifican las estructuras del gobierno con la intención de aterrizar los compromisos que hace en campaña. O por lo menos eso nos hacen creer. Al final, esos cambios sirven más bien para colocar a amigos, para cumplir acuerdos de campaña o, simplemente, para engordar la nómina. En los últimos gobiernos esto ha sido más evidente.

Desde el panista Emilio González Márquez, pasando por el priista Jorge Aristóteles Sandoval Díaz y, ahora, con el emecista Enrique Alfaro Ramírez, se decidió crear áreas por encima del gabinete, donde se nombró como titulares a los amigos o asesores más cercanos a cada uno de ellos.

Con Emilio, recordemos el caso de Herbert Taylor y Alonso Ulloa, y con Aristóteles Sandoval la Jefatura de Gabinete para Enrique Dau; la supersecretaría de Planeación, Administración y Finanzas para el ahora rector de la Universidad de Guadalajara, Ricardo Villanueva Lomelí, y luego para Héctor Pérez Partida, o la superfiscalía con Luis Carlos Nájera Gutiérrez.

Es como si las carteras que ya existen en el gabinete fueran insuficientes para el nivel de relación entre el gobernador en turno y esos colaboradores. O como si el salario que ya existe en el tabulador no cubriera el servicio que prestarán en su proyecto.

Enrique Alfaro fue más allá. Nombró a su amigo Hugo Luna Vázquez jefe de Gabinete, pero convirtió esta área en una dependencia con personal y presupuesto propios, además de las coordinaciones generales. Todos estos cargos por encima del nivel salarial de los secretarios.

Los resultados en los tres gobiernos son dudosos. Estas mega áreas se convierten en encargadas de muchos temas –la transversalidad en el trabajo, según dicen–, pero en realidad no son responsables de nada de lo que sucede. Esto, en muchas ocasiones ha derivado incluso en diferencias con los secretarios, que son quienes llevan el trabajo ejecutivo y, cuando las cosas salen mal, son también los responsables.

Entre los principales cambios que se hicieron en la estructura de gobierno de Enrique Alfaro están la disolución de la Secretaría de Planeación, Administración y Finanzas, para convertirla en tres secretarías; la separación de la Secretaría de Seguridad de la Fiscalía Estatal y la creación de las coordinaciones generales.

Si revisamos cada una de esas áreas, seguramente la ampliación de la nómina no corresponde con los resultados. En la Secretaría de Finanzas se puede destacar el sobreendeudamiento y las quejas constantes por no recibir más recursos federales, además de no mejorar la recaudación directa; en Administración, ante las múltiples quejas de anomalías en los procesos se tuvo que dar un cambio para que llegara Ricardo Rodríguez, mientras que a estas alturas ya no sabemos con exactitud qué hace la Secretaría de Planeación y Participación Ciudadana.

En cuanto a la seguridad, a pesar de las cuentas alegres del gobernador, delitos como los homicidios, las desapariciones, sumado a las crisis de las fosas clandestinas y forense, muestran un panorama desolador.

En cuanto a las coordinaciones generales, con el paso del sexenio sus titulares fueron desdibujándose hasta prácticamente pasar desapercibidos, mientras que el trabajo de Hugo Luna, quien prácticamente ha fungido como el segundo al mando después del gobernador, incluso por encima del secretario de Gobierno, su trabajo ha sido, por decir lo menos, polémico.

Y lo peor es que seguramente el siguiente gobernador también hará cambios, porque al final quienes pagamos por los errores de sus decisiones somos los jaliscienses.

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jl/I