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Por mi clase social habla mi discurso

El aspirante a un cargo de elección popular se reunió con un grupo de profesores y padres de familia. Eran días de campaña. Ahí soltó las promesas que tenía previstas. En su discurso, llamó a que los progenitores también destinaran recursos para sus hijos. Preguntó: ¿cómo era posible que mamás y papás de estudiantes de educación básica no tuvieran mil 500 pesos para comprarles unos tenis? Los asistentes se quedaron azorados. Cuchichearon entre ellos. Les quedó claro que el candidato desconocía la difícil situación de miles de familias que, efectivamente, carecían de recursos para financiar unos tenis de ese precio; y menos, cuando tenían dos, tres o cuatro hijos en la escuela y otros gastos. Los presentes fijaron su atención en los tenis del candidato, que estimaron costaban más de 50 mil pesos. Del asombro, decenas pasaron a la molestia y rechiflaron a quien buscaba representarlos.

La escena muestra a un candidato que nació en una familia adinerada. Nada le faltó económicamente desde niño. Podemos colocar a muchos políticos en el lugar de la persona que narro. Los que eran aspirantes son ahora integrantes de la clase política de Jalisco y el resto del país que conocen que millones de familias padecen carencias, sobreviven con ingresos salariales insuficientes, enfrentan problemas para que sus hijos se alimenten adecuadamente o tengan una vivienda digna o en su futuro no aparece una vida con bienestar. Solo que conocer o entender no es lo mismo que vivenciarlo o vivirlo, y padecerlo.

Detrás de la desinformación, ignorancia o incredulidad de cómo es posible que una familia no tenga mil 500 pesos para comprarle tenis a un hijo alumno de primaria o secundaria está la clase social de ese candidato. Su discurso político exhibió que nació en cuna de seda. La clase social a la que pertenecen numerosos políticos puede no permitirles comprender, ni sensibilizarse, ni interesarse más allá de cierta retórica por los pobres, a menos de que estos sirvan como clientes políticos o futuros votantes. En ese grupo privilegiado caben los que nacieron ricos y los que ascendieron de clase social.

Cuando un funcionario, un candidato, un familiar cercano presume sus lujos y dispendios en ropa o joyas; vehículos, como los Lamborghini; mansiones, como la Casa Blanca; vestimentas ostentosas, viajes, etcétera, fuera del alcance de las mayorías, pertenece a esa élite que vive en una burbuja; en un aislamiento no solo económico, sino emocional y mental, lejos de la realidad asfixiante. Modificar de fondo el abismo social entre una minoría rica y amplias capas empobrecidas va más allá de entregarles recursos en programas sociales. A la clase social del funcionario añadamos otros factores que influyen en sus mensajes y percepción de la realidad, como son los estudios, edad, sexo, creencias religiosas y políticas, emociones, historia personal, etcétera.

En ese contexto, el Presupuesto de Egresos 2025 del gobierno federal no incluye una reforma fiscal que grave a los que más tienen. No los toca. De por sí, que paguen es vencer a un ejército de abogados que defienden los intereses de los megarricos y sus posesiones. Ahí están batallas que debiera emprender el gobierno de Claudia Sheinbaum.

X: @SergioRenedDios

jl/I