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El estilo rijoso de gobernar

Si suponemos que a los cargos de dirección y liderazgo gubernamentales llegarán funcionarios con ambos perfiles, como ciudadanos nos frustraremos con el paso del tiempo. Triunfar durante las elecciones con mayoría de votos para ocupar un puesto de alta responsabilidad social, como una alcaldía, una gubernatura o una presidencia de la República, no implica que llegarán mujeres y hombres del más alto nivel. Un voto cada tres o seis años equivale a una confianza ciudadana casi a ciegas que, salvo contadas excepciones, empieza a desmoronarse conforme transcurren las administraciones y los elegidos toman decisiones absurdas, equívocas, clasistas, impositivas, opacas, abusivas, ignorantes de la realidad, elitistas o beneficiarias de ciertos grupos. Nuestra historia como Jalisco y México tiene numerosos ejemplos de quienes llegaron para gobernar y entregaron malos, regulares o pésimos resultados. Los destellos de aciertos de sus administraciones se oscurecen, se pierden o son mínimos al evaluar el conjunto de actuaciones.

El gobierno de Enrique Alfaro Ramírez que está por concluir puede evaluarse políticamente desde diferentes marcos. Con base en sus rasgos, fue de carácter rijoso, predispuesto a reñir con todos los que no piensan como él; con los que considera sus adversarios o enemigos; con los que rechaza escuchar o leer porque lo cuestionan; con los que presupone tienen “otras agendas”, quieren “que le vaya mal a Jalisco”, actúan desde “los sótanos del poder”, “son mentirosos”, etcétera. Durante su administración fraguó estereotipos mentales, oscuros fantasmas a los que atacó.

Ser un buen gobernante implica levantar y fortalecer un liderazgo político social. No bastan los votos a favor; se requiere inteligencia y sensibilidad para convocar de manera genuina al conjunto de ciudadanos y enfrentar en conjunto los grandes problemas y desafíos, como son la inseguridad, la pobreza, la corrupción, los desastres ambientales, etcétera. Remarco el concepto “de manera genuina”, es decir, auténtica y convencidamente, y no como sucedía en tiempos del PRI, que solo llamaba a las denominadas “fuerzas vivas” que no representaban lo que es Jalisco, sino a cúpulas beneficiadas por los sucesivos gobiernos priistas.

Alfaro Ramírez se peleó con casi todos los que podía pelearse. En coyunturas o de manera permanente sembró discordias, descalificó a sus críticos, desoyó lo que sus creencias políticas atajaron. La soberbia le ganó. Fue un gobernador busca pleitos. Se peleó o confrontó por periodos o por momentos con el gobierno federal, periodistas y medios informativos críticos, Iglesia católica, empresarios, magistrados, colectivos de familias con desaparecidos, defensores de derechos humanos, el grupo de la Universidad de Guadalajara, partidos políticos opositores y hasta con la dirección nacional de Movimiento Ciudadano, partido que lo llevó al poder. En vez de tejer alianzas para resolver problemas, arrojó gasolinas y cerillos encendidos. Aunque con algunos negoció o disminuyó roces y vituperios, su estilo de gobernar provocó fricciones políticas, con el aplauso de sus seguidores.

Su actuación deja enseñanzas para las siguientes administraciones estatales y municipales, y los poderes Legislativo y Judicial. En política más vale sumar que restar, añadir que separar, encontrar metas comunes que enfocarse en las diferencias, por más iluminado o perfecto que se auto conciba un gobernante. El horno de las problemáticas de Jalisco no está como para hacer bollos rijosos.

X: @SergioRenedDios

jl/I