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Muy tarde
Autoborrándose
En septiembre, la devoción nacionalista sale a relucir: improvisados mercaderes ambulantes venden banderas, escudos, sombreros y cualquier otra mercancía con motivos patrios; las escuelas y edificios públicos adornan sus espacios con imágenes de los héroes que nos dieron patria y libertad; y se organizan las inevitables “noches mexicanas” de los barrios (fiestas que son como cualquier otra del año, sólo que ahora el pretexto es celebrar a la nación).
Si hay o no un verdadero sentimiento nacionalista producido por las fiestas patrias, es irrelevante. El punto es que septiembre es la ocasión para que muchos mexicanos manifiesten el orgullo por haber nacido en este país. Desde luego este fervor nacionalista también aparece esporádicamente ante los irrisorios triunfos de la Selección Nacional en algún torneo internacional. Y tal fervor representa también una mina que bien puede ser explotada por los políticos.
El nacionalismo tiene, pues, amplia presencia en las manifestaciones culturales y en los eventos masivos. Y, sin duda, está ligado a ciertos sentimientos que se suscitan en las personas, sean o no “auténticos”. Mucho puede decirse al respecto, y existen gran cantidad de ensayos que han abordado el tema de la “mexicanidad”. Mas lo que me interesa es mostrar cómo los discursos políticos recurren a tópicos nacionalistas y bajo qué pretensiones. En pocas palabras, quiero dar una sucinta aproximación a la retórica nacionalista en la política mexicana.
Para entender la retórica nacionalista es importante tomar en cuenta las formas argumentales para lograr la persuasión que, según Aristóteles, serían mediante el logos (el razonamiento), el pathos (las emociones) y el ethos (actitudes y cualidades acordes a ciertos valores morales). Así, un discurso que utilice palabras que conmuevan a la audiencia para persuadirla de algo estará recurriendo a la forma del pathos. La apelación al ethos, por su parte, buscará la aceptación o confianza del público a partir de ciertas cualidades que el orador transmita por medio del discurso: por ejemplo, un candidato en campaña electoral intentará mostrar a su público que es una persona honesta, capacitada y responsable.
En el discurso político nacionalista, encontramos que se apela a estas dos formas. Por un lado, el orador pretenderá generar o provocar los sentimientos hacia la patria; por otro lado, el orador también apelará al ethos, presentándose ante al público como el legítimo defensor de la nación, dispuesto a enfrentar los males que la aquejan y escuchar las demandas del pueblo. Ejemplos claros de estas estrategias fueron las campañas del ex presidente Vicente Fox y el actual gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez El Bronco. En ambos personajes, la forma de hablar campirana y su estilo rudo, contundente y desparpajado los hacía presentarse como figuras fuertemente arraigadas en lo popular, lo que coincidía con la escala de valores de muchos mexicanos, que justamente exalta la vida rural y los individuos con actitudes valientes y decididas. Desde esta perspectiva, los hombres con estas cualidades son vistos como los idóneos para gobernar.
No obstante, el prototipo del hombre cualificado para llevar las riendas del país varía según las ideologías. Tal como mencioné antes, el nacionalismo de derechas difiere, en este punto, del de izquierdas. El primero parte de un discurso que evoca una nostalgia de tiempos pasados, idílicos, que han desaparecido en el presente y es preciso restaurar. La visión de la derecha conservadora recurre a la fórmula romántica de “los tiempos pasados fueron mejores”. De este modo, el discurso buscará persuadir mediante tópicos relativos a las costumbres, formas de vida e incluso la religiosidad (por ejemplo, el “rescate de la familia” que tanto se escucha hoy en día), presentando simultáneamente los tiempos presentes como decadentes –cuya causa sería una supuesta “crisis de valores”–. En la retórica conservadora, el nacionalismo se mezcla con el tradicionalismo y la religión, lo cual se refleja en el ethos del político derechista.
La perspectiva izquierdista, por su parte, presenta igualmente una situación deplorable del presente, pero desde una óptica diferente: no se trata de restaurar un pasado idealizado -pues las cosas “siempre han estado mal”-, sino apuesta por un futuro prometedor, en el que la miseria, la marginación, la violación de derechos humanos, la explotación y la corrupción serán, si no eliminados, por los menos reducidos. Si la derecha parte de la nostalgia por el pasado perdido, la izquierda tiende hacia el mesianismo: la defensa de la patria obliga a combatir “la mafia en el poder”, a los corruptos tecnócratas que han privatizado los bienes nacionales y los empresarios que se han enriquecido a costa de los más desfavorecidos. El hombre cualificado, en la escala de valores de la izquierda, es aquel que pueda enfrentarse a las oligarquías y cumplir el sueño mesiánico.
Podemos ver, pues, que en ambos casos la retórica recurre a motivos nacionalistas, aunque difiere en cuanto los valores que se defienden y los objetivos que se buscan. Ambas pretenden estimular los sentimientos de la población para ganar su confianza, pero desde fórmulas distintas.
Resulta llamativo que en nuestro país la retórica nacionalista sea tan socorrida en la política, algo que también ocurre en Estados Unidos y en otros países de nuestro continente. Lo contrario sucede en Europa occidental, que tras las catastróficas experiencias del fascismo y el “socialismo real”, se ha tenido que implementar una férrea corrección política en la que se intenta inhibir (con poco éxito) los excesos de las derechas y las izquierdas. En nuestro contexto y el de otros países vecinos, el nacionalismo no suele ser visto como un peligro en tanto posible semillero de regímenes protofascistas –lo cual, dicho sea de paso, puede ser muy factible–, aunque algunos partidarios de ciertas ideologías suelen denostar así a sus contrapartes; por ejemplo, las derechas liberales o conservadoras, que ven al nacionalismo de izquierda como “la amenaza populista”.
En todo caso, lo que importa es entender cuál es la motivación principal del discurso nacionalista.
El político no crea el ethos y lo coloca en la cabeza de los ciudadanos, sino que adecúa su discurso al ethos presente ya en éstos. Por ello, si la retórica política recurre a los temas nacionalistas, es porque las personas ya los han adoptado. La cuestión para los partidos y actores políticos radica, más bien, en crear nuevas formas y nuevas estrategias para ganarse a la gente.
EH/I