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La oposición y la tlayuda

Llegó la fecha. El pasado lunes 21 de marzo el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) fue inaugurado por el presidente Andrés Manuel López Obrador. La apertura de la aún incipiente terminal aérea –y la amplia cobertura mediática que generó– irrumpió en la agenda política nacional con un número inusitado de reacciones, reavivando el fuego entre lovers y haters de AMLO. La discusión se extendió hasta los chats familiares y de cuates dejando muy claro que este drama seguirá igual o peor conforme se acerque la elección de 2024. 

Desde la inauguración, las redes sociales se han empachado del tema y la discusión ha pasado por análisis muy serios sobre la viabilidad, eficacia y pertinencia de la obra, hasta llegar a opiniones como las de Gerardo Fernández Noroña, Epigmenio Ibarra, Pedro Ferriz de Con y Lilly Téllez. Aparecieron también las mentadas de madre y las acusaciones mutuas entre “clasistas” y “nacos”. Twitter se convirtió en un campo de batalla, una red tomada por asalto por críticos acérrimos y defensores fervientes de AMLO. 

El AIFA despertó un nuevo capítulo de ira y encono en México, y sacó a los amlovers del ostracismo en el que estaban, mientras el presidente enfrentaba el escándalo de la Casa Gris y los embates de medios, periodistas y analistas que insistían estratégicamente en el tema. Sin embargo, el lunes pasado López Obrador recuperó el aliento y su agenda, y rescató algunos puntos que había perdido en las semanas previas. No obstante, esta nueva batalla, estruendosa como todas las que han protagonizado chairos y fifís, fue diferente en muchos sentidos. 

¿Por qué la inauguración de una obra federal causó tanto revuelo y ha generado tanta atención y tensión entre las y los mexicanos? La respuesta es simple: porque el AIFA, como sustituto del NAIM, representa la determinación política del presidente y es, además, el primer tangible importante que entrega AMLO en su administración, más allá de becas, apoyos, pensiones, intenciones y encíclicas sobre moral y valores. 

El AIFA es más que una obra de infraestructura porque representa el primer logro material de un presidente que ha abusado del discurso y que le ha entregado muy pocos resultados a un importante sector de la población. Este aeropuerto significa, en buena medida, un replanteamiento en la relación entre el discurso y los resultados, por eso era y es de vital importancia desacreditarlo o magnificarlo, dependiendo del bando al que se pertenezca. 

Más allá del debate técnico sobre el futuro del nuevo aeropuerto, en lo político AMLO recuperó el lunes parte del terreno perdido por otra importante razón: las becas y los apoyos que el gobierno federal ha convertido en el corazón de su política social tienen un significado mucho más relevante en los segmentos más bajos de la población de México, mientras que el aeropuerto es una obra que restituye anhelos a los estratos más altos. De acuerdo con la encuesta de Mitofsky, presentada un día antes de la inauguración, 49 por ciento de los entrevistados está de acuerdo con que el AIFA beneficiará al turismo del país, frente a 36 por ciento que opinó lo contrario. 

Por eso, aunque todas y todos sabíamos lo que iba a pasar el 21 de marzo, las reacciones fueron inesperadas y desmedidas porque, de cara al ejercicio de revocación de mandato, la entrega del aeropuerto puede significar un soporte importante para la popularidad del presidente o un doloroso revés. De la oposición partidista no hay mucho que decir, excepto que acabó enredándose en una tlayuda y en un discurso clasista que abrazó valores y conceptos estéticos que terminaron victimizando y dándole la razón, una vez más, a AMLO, a su discurso y a su base social. Porque es claro que el round del AIFA lo está ganando el presidente. 

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jl/I