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Rumbo a Villanueva
Mil 82 personas viven en las calles del Centro Histórico de Guadalajara. El conteo fue realizado por el Movimiento de Apoyo a Menores Abandonados (MAMA), AC, y es una fotografía, un retrato de una realidad diversa en la que hay esfuerzos desiguales para conocer y atender el problema.
Para Otilia Arellano Fonseca, cofundadora de Amigos Trabajando en los Cruceros, AC, el problema de las personas en situación de calle se resume en entenderlo “no como una indigencia, sino en varias”. No una, sino varias dimensiones de una problemática de las calles de la ciudad.
De más del millar de personas en las calles, dos de cada 10 adultos iniciaron esa vida antes de los 15 años, durante la infancia y la adolescencia, de acuerdo con un conteo de MAMA, AC.
Pocas experiencias en la calle como la de Patricia Lomas Herrera, cofundadora de Amigos Trabajando en los Cruceros. Ella comenzó su vida en las calles a los 5 años.
En el segundo piso de su casa antigua, ubicada en el Centro de Guadalajara, relató cómo ella, hermanos y madre huían de su padre golpeador desde Tijuana, Baja California. Cuando llegaron a Guadalajara, varias décadas atrás, perdió de vista a su madre. No la encontró.
Desde ese entonces, y hasta la juventud, Patricia se adaptó al vivir callejero, pues dormía en basureros y soportó el peso de las ratas que dormían en su pecho. Vivió de lo que le daban.
Como Patricia, un grupo de jóvenes hinchados de la cara y enrojecidos fuman cigarrillos rumbo a una banca en la Plaza Guadalajara. Fue una noche amable y fresca, pero la mañana ya comienza a pesar.
Ya instalados, se enfrascan en una discusión sobre lo mal que se ha portado Miguel en el rincón que ocupan en el Paseo Degollado. Sus pantalones con gruesas manchas negras y el calzado desgastado los delatan como de la calle. Sus barbas y también el cabello desordenado.
El titular del Centro de Atención y Desarrollo Integral para Personas en Situación de Indigencia o de Calle (Cadipsi), Rubén Arroyo Ramos, describió el fenómeno de las poblaciones callejeras como un proceso por medio del cual las personas se transforman.
“En la primera etapa crece la barba, el olor, la ropa se vuelve harapo”; en su opinión, son estrategias para evitar a otras personas o generar lástima.
Poco después, el consumo de drogas inhibirá “el hambre, el frío y la tristeza”. En el invierno es cuando hay más muertes.
En la segunda etapa, en los adultos se acentúa la adicción. Para muchos, aseguró, ya no hay retorno: a los mayores de 35 años ya no los contratan, no tienen experiencia laboral, profesional. También se desligan de sus familiares.
En la tercera etapa, algunos presentan trastornos mentales, de acuerdo con Arroyo. En la ciudad no hay albergues que ofrezcan servicios a las diferentes poblaciones callejeras.
“El proceso de callejerización es más lento”, explicó Alfredo Castellanos, director de Fortalecimiento Institucional de MAMA, pues el contexto económico, político y social “genera patologías sociales”, entre ellas la indigencia, que deriva de una pobreza crónica.
De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, la indigencia se define como “la falta de medios para alimentarse, para vestirse, etcétera”.
La psicóloga de Unidad de Atención a Personas Indigentes (UAPI) Alba Mayo Villanueva Ortiz definió la indigencia como la humanidad “expuesta y vulnerada de manera extrema”.
A lo anterior, la directora general del Instituto Jalisciense de Asistencia Social (IJAS), María Luisa Urrea Hernández Dávila, redondeó que las personas en situación de calle “son las que no tienen bienes materiales” y, aunque cada una enfrenta diferentes condiciones a la común carencia de un hogar, los caracteriza “la soledad con la que viven”.
Villanueva Ortiz, experta en la atención en indigentes, estableció lo que la gente ve en las personas que a diario atiende. Para ella, sienten miedo de las personas en situaciones de calle “porque se ven feo, huelen feo, excretan”.
En efecto, las personas que viven en la calle, al no contar con servicios sanitarios, por incapacidad intelectual, por no tener dinero para pagar, orinan y defecan en las calles.
Lo anterior son reportes que la UAPI recibe: “Tengo un indigente afuera de mi casa”, negocio o establecimiento. La gente los ahuyenta con cubetazos de agua, barre frente a ellos para que despierten. Hay quienes también les piden que se vayan.
La psicóloga consideró que la mayoría de la población percibe a los indigentes como “flojos que no quieren salir de calle”, por su permanencia en la vía pública sin producir bienes o servicios.
Eduardo López, de 60 años, eventualmente la pasa en las calles, albergues y en casas que renta. Se alimenta en el comedor público de los voluntarios de MAMA. “¿Que por qué vivo en la calle? Yo fracasé en todos los departamentos de la vida: la familia, los hijos, el trabajo”.
Eduardo entró a las drogas con el crystal. Después de las primeras dosis, se enganchó con la sensación de invulnerabilidad y los orgasmos interminables con las mujeres ocasionales.
Para él, el crystal le trajo una promesa poderosa que se ampliaba en la segunda fumada. Una promesa cuyo augurio ha dilatado 15 años.
El estudio de MAMA estableció que 76 por ciento de las personas encuestadas usan drogas. De los usuarios, 44 por ciento iniciaron el consumo entre los 11 y los 15 años, y antes de iniciar su vida en las calles.
Para ayudarlos a desistir en el abuso de sustancias, maltrato a sus familias o que sufran enfermedades o accidentes, las instituciones públicas como Cadipsi apuntan en amalgamar diversas intervenciones públicas y sociales y, sobre todo, la voluntad de los afectados en un proceso largo que no garantizará la “curación”, pero sí la inclusión a una red de apoyo de quienes pasan por lo mismo.
En Guadalajara, los indigentes no están solos del todo. Tienen medios para alimentarse, vestirse, calzarse.
Por ejemplo, Cáritas Guadalajara tiene un desayunador al que a diario acuden unas 25 personas.
Además, hay 46 comedores en parroquias de Jalisco; éstos apoyan no sólo a indigentes, sino también a personas que tienen hambre con 30 espacios en la Zona Metropolitana de Guadalajara y 16 en el interior del estado.
También se proporciona apoyo de calzado, ropa, medicamentos y hasta de transporte para personas que lo requieren.
Las personas que viven y trabajan en las calles refirieron que en una de las puertas laterales de la Catedral, sobre avenida Hidalgo, la iglesia les da pan, chocolate “y una propina”, 10 pesos que usan para en pasaje.
Durante los meses del invierno y la temporada de lluvias, los DIF estatal y municipales de Guadalajara y Zapopan coordinan brigadas nocturnas para ofrecer comida y bebida caliente, ropa, colchonetas y cobijas. Se les ofrece albergue.
Entre otros apoyos se encuentran los comedores públicos de MAMA. Los miércoles en el Parque Morelos y los viernes en la Plaza Juárez, frente al Agua Azul, más de una centena de personas cada día acude por alimentos y bebida, además de escuchar mensajes sobre los derechos de las personas y cómo ejercerlo, explicó Alfredo Castellanos.
La labor de Amigos Trabajando en los Cruceros es vital, pues enseña a los padres e hijos el proceso de descallejerización y, sobre todo, velar por los derechos de los niños con el acceso a la educación, alimentación regular, hábitos para romper el ciclo y cada vez menos vivan en las calles.
Una interpretación histórica del cambio de la caridad hacia los más necesitados la ofrece Ana María Prieto Hernández, en su libro Acerca de la pendenciera e indisciplinada vida de los léperos capitalinos.
La autora establece que, durante el periodo colonial, la caridad era reconocida, avalada y promovida por la sociedad y por la iglesia, pues era vista “como un deber de los ricos y un derecho de los pobres”.
Esto terminó después de la guerra de Reforma, cuando la Iglesia perdió sus propiedades y la distribución de la caridad en esos centros de concentración.
La caridad y la mendicidad se transformaron: la pobreza ya no era una gracia por medio de la cual los más ricos podían aspirar a la salvación y los pobres simplemente cayeron en desgracia, pues la responsabilidad era del Estado y el estado incluso castigaba la vagancia con el arresto.
Para el padre Francisco de Asís de la Rosa Patrón, asesor diocesano de Cáritas Guadalajara, la idea de la caridad por la salvación pudo explicar la ayuda siglos atrás. Sin embargo, para él, hoy en día la ayuda para los indigentes y necesitados debería ser de “justicia social y humana”, donde consideró que ayudar es “nuestra responsabilidad social como católicos o como miembros de una comunidad”.
Sobre lo anterior, Otilia Arellano Fonseca lamentó que en la ciudad sólo existan albergues con perfiles inamovibles, pues “hay enfermos mentales, con enfermedades, adictos”; los gobiernos municipales y estatales, de todos los colores y afiliaciones, “ofrecen proyectos a corto, no a largo plazo”.
Al inicio de cada administración estatal o municipal, los políticos convocan a quienes son cercanos a las poblaciones que trabajan y viven en las calles. Dicen contar con la voluntad para ayudar, acabar con el problema de raíz. Los gobiernos proponen intervenir. Hacen cosas que no ponen los usuarios ni personal de organizaciones, pero son a corto plazo: comida, abrigo, incluso trabajo. Pero, para las acciones de largo alcance, el pecho de los políticos no retiene tanto aliento.
A esto se suma la carencia de conocimiento sobre la indigencia en la ciudad: los conteos no son precisos ni periódicos, ni se aclara el proceso identificado por MAMA: la pobreza crónica y hereditaria genera “una esperanza perdida: un estado de la mente en que, haga lo que haga, no va a cambiar nada”, explicó Alfredo Castellanos.
De acuerdo con la publicación Derechos de las poblaciones callejeras, del capítulo 31 del Diagnóstico de Derechos Humanos del Distrito Federal, las poblaciones callejeras son la expresión de la muerte social, “la negación de sus derechos humanos por su condición social contraria a la noción de un ‘ciudadano responsable’”
En 2011, distintas instituciones nacionales y locales firmaron la Declaración de Guadalajara sobre el Derecho a la Ciudad de las Poblaciones Callejeras, donde una de las principales demandas fue el reconocimiento de estas personas “como sujetos de derechos e interlocutores indispensables para cualquier asunto que les afecte”.
Hasta la fecha, los programas municipales y estatales en torno a las personas en situación de calle, sexoservidoras, comerciantes ambulantes, entre otros perfiles, se articulan sin la consulta de los eventuales beneficiarios.
Lo anterior se confirma con los datos de MAMA, pues de las necesidades que dijeron tener las personas en situación de calle a la pregunta ¿qué apoyo crees que necesitan?, 54 por ciento contestó trabajo.
Aunque hoy muchas personas practiquen el dicho callejero “nuestro techo es el cielo, el asfalto nuestra cama”, Otilia está convencida de que las personas de la calle “son piedras preciosas en bruto” y la intervención hace que empiecen a brillar.
Por ejemplo, Prudencio Salvador Cruz Morales, de 65 años, vive en la calle desde que su familia lo abandonó ante la presencia de los primeros síntomas de una enfermedad mental. Él escribe versos de sus amigos, conocidos, cantantes, locutores. De una bolsa de mercado, sacó papel y leyó:
Sofía y Adriana,
Sofía se fue de casa
aún le sangran las heridas
por los golpes que le daban
y que no se merecía
Adriana tiene problemas
con la droga y la bebida
las dos se encontraron vagando por la vida
Sofía le cuenta
cómo fue su vida
Adriana la siente como una salida
Bajo las estrellas
se quedan dormidas
dibujando sueños
las sorprende el día
Quién lo pensaría
ayer no se conocían
hoy son algo más
que buenas amigas
Cambio. Las formas de apoyar a estos grupos se ha transformado a través de los años. ________________
La indigencia tiene muchas fases, diferentes caras y muchas necesidades. Por ejemplo, labor de cADIPSI es rescatar a personas en situación de calle que tienen posibilidades de reintegrarse a la sociedad por medio de un trabajo.
Es el caso de José Manuel, originario de Yucatán y quien después de una serie de tropiezos en negocios en Baja California llegó sin un peso a Guadalajara.
Él tuvo familia e hijos. El alcoholismo y su trabajo en el ramo restaurantero lo separaron de su familia. Una vez divorciado probó suerte en el norte, donde perdió la inversión y quedó en la calle. Hoy rehace su vida con el apoyo de albergue y alimentos, además de un empleo que le permitirá independizarse.
El caso de los migrantes es el de la indigencia trashumante. En Jalisco pasan cada año hasta 10 mil migrantes rumbo al norte, de acuerdo con Janeth Valverde, de la asociación FM4 Paso Libre.
De este modo, cada noche esperan en las vías heladas el ruido del silbato del tren, señal de la nueva partida. Esto ocurre en los cruces de avenida Inglaterra, en la colonia Jocotán.
Ahí fue posible ver a dos jóvenes sentados en medio de la oscuridad con la vista clavada en el horizonte. Hacía frío, ellos sólo llevaban unas playeras rotas. Mientras comían algo que les entregó la brigada, con el bocado en la boca, sólo esperaban “que la Bestia no venga tan recio para poder trepar”.
Otro punto de concentración se da en las vías al cruce con la calle Del Tule: ancianos, jóvenes y una mujer con su hija esperan dentro de una casa de cartón improvisada, otros calentados con las llamas de un durmiente.
Entre los migrantes estaba don Pablo, de Santa María Tequepexpan, Tlaquepaque; “ya no espero nada de la ciudad, mejor me voy al norte a buscar un trabajo”, contó.
En las calles de la ciudad transitan personas de las que se presume carecen de sus facultades mentales. La población de la UAPI podría ser un reflejo de los padecimientos que tienen.
En la UAPI viven 247 personas, de las cuales 186 son hombres y 61 mujeres De los padecimientos mentales de la población, 101 fueron diagnosticados con psicosis crónica, 90 con trastorno mental orgánico y 36 con retraso mental.
En la institución viven personas que, en algunos casos, fueron ingresadas por sus familiares, abandonadas en hospitales o las llevaron instituciones como la Policía o Protección Civil.
JJ/I